El pasado 23 de junio el Reino Unido destapó finalmente la Caja de Pandora. Tras semanas de campaña electoral, y por un escaso margen de apenas un 4%, sus ciudadanos votaron por abandonar la Unión Europea. Esta decisión abre una profunda crisis en Europa, y podría dar el pistoletazo de salida a futuras salidas de la Unión. Pero el dilema que se ha abierto en las islas británicas es de mayores dimensiones.
Con sólo atender a la distribución del voto se puede adivinar la división a la que se enfrenta el Reino Unido, tanto entre las distintas comunidades que lo conforman como por la brecha generacional y social que este referéndum ha abierto. Mientras Escocia e Irlanda del Norte han votado mayoritariamente por la permanencia, en el conjunto del Reino la clase social, la edad y el eje campo-ciudad han jugado su propio rol en esta votación.
[pullquote align=”left”]La mayoría de los votantes del leave lo han hecho con la intención de frenar la inmigración; irónicamente este voto está en las zonas con menor presencia de inmigrantes[/pullquote]
Inglaterra vota para frenar la inmigración
El análisis del voto por regiones constata realidades que conviene desentrañar. La mayoría de los votantes del leave lo han hecho con la intención de frenar la inmigración. La ironía reside en el hecho de que las zonas en las que se ha concentrado este voto xenófobo no son necesariamente las más pobladas por extranjeros. Este voto se ha concentrado en las zonas rurales y tradicionalmente conservadoras, donde la inmigración es percibida con recelo. Por el contrario, las zonas industriales más pobladas han visto un voto más equilibrado, y su preferencia por cada opción se ha debido a distintos factores. Ejemplos como Londres, que debe ser la ciudad con más inmigración y más diversa de toda Europa, ha votado por la permanencia. Pero no es la única. Ciudades como Liverpool, Manchester, Leeds, Bristol, Cardiff o Newcastle votaron remain a pesar de tener altas cotas de población inmigrante.
La creciente xenofobia que ha marcado la campaña ha calado en la sociedad británica. Ejemplo de ello lo encontramos en las agresiones verbales, e incluso físicas, de las que inmigrantes son objeto a lo largo y ancho de toda Inglaterra. En ocasiones el sólo hecho de hablar otro idioma en un lugar público puede disparar la ira de los más radicales contrarios a la inmigración. La cuestión es el poso que deja esto en una sociedad caracterizada por la presencia de inmigrantes procedentes de lo que fue su propio Imperio.
Análisis pormenorizado del voto
Pero el fenómeno migratorio no es la única falla de la sociedad británica, pues el voto se ha repartido por todo el país. Hay que explorar en otros aspectos que han condicionado el voto: la edad, el porcentaje de participación o el nivel socio-económico del votante.
En general, los votantes jóvenes han votado de manera mayoritaria por la permanencia, conscientes de las ventajas de poder estudiar y trabajar en una Europa de 500 millones de personas. De modo general, el 75% de los votantes menores de 25 han votado por la permanencia. A partir de esa edad el voto por la permanencia se reduce hasta llegar a la edad de 50, a partir de la cual los votantes han optado por la salida en una proporción de 65% de media. Ahora millones de jóvenes británicos sufrirán las posibles consecuencias de una decisión con la que la mayoría está en desacuerdo.
El estrato social y educativo también ha sido un condicionante. Según la encuesta de la plataforma online británica YouGov, aquellos votantes con un nivel educativo bajo y unos ingresos medio-bajos han votado mayoritariamente por la salida de la Unión. A favor de este voto ha contribuido la extrema sencillez, llegando a la demagogia, de los argumentos de la campaña por el leave. Por el contrario, los argumentos por la permanencia han sido de carácter técnico y poco comprensibles para la población general.
Pero la fractura más importante es la que viene definida por la comunidad a la que se pertenece. Mientras ingleses y galeses han votado por la salida, escoceses y norirlandeses lo han hecho por la permanencia, lo que definirá la convivencia durante los próximos años.
Escocia toma posiciones
Como si de una ironía del destino se tratase, este ensayo de democracia directa acabará, si nada lo impide, obligando a los votantes escoceses a convivir con una decisión en contra de la cual se ha pronunciado. Doblemente irónico si tenemos en cuenta que en el referéndum de independencia de 2014 los escoceses decidieron permanecer en Reino Unido bajo la amenaza de que abandonarlo implicaría dejar la Unión Europea.
Ahora, tras renunciar a la independencia, una Inglaterra más poblada puede obligar a Escocia a salir de la UE en contra de su voluntad.
Ante tal shock, la Ministra Principal de Escocia, Nicola Sturgeon, se ha sacado del sombrero la posibilidad de convocar un segundo referéndum de independencia, lo que ha abierto la caja de los truenos de la desintegración del Reino Unido.
Pero la convocatoria de tal consulta no está exenta de peligros. En primer lugar porque las prerrogativas de la misma pertenecen a Londres, con el que tendrán que pactar las condiciones relativas a la fecha y a la pregunta misma. Y esto no parece encontrar asiento en una agenda política que se antoja complicada, mientras Londres busca un acuerdo imposible con la UE.
Y en segundo lugar porque no se puede repetir la derrota de 2014. Si se convoca una segunda consulta, debe hacerse en el momento en que sea factible ganarla. Y tal momento no es éste. Y es precisamente en este sentido en el que Sturgeon hizo público su Manifiesto, un documento político destinado a convencer a propios y extraños sobre una futura Escocia independiente. Incluso ella ha manifestado todo lo que queda por hacer en el campo de la construcción nacional.
El potencial de una Escocia europea
En este sentido convendría exponer las posibilidades de Escocia dentro de la UE. Así, y tras años de un constante goteo migratorio de empresas desde Glasgow o Edimburgo hacia la City londinense, una Escocia dentro de la Unión podría vivir un renacimiento económico, propiciado por fondos estructurales, convirtiéndose sus dos principales ciudades en centros económicos y financieros. Tal cosa no sucedería en una Escocia que corre el riesgo de convertirse en la hermana menor de una Inglaterra más poblada y con una economía más fuerte y dinámica. Del mismo modo, Escocia tendría un Parlamento propio, a diferencia de la escasa representación que posee ahora en Westminster.
[pullquote align=”right”]Como si de una ironía del destino se tratase, este ensayo de democracia directa acabará, si nada lo impide, obligando a los votantes escoceses a convivir con una decisión en contra de la cual se han pronunciado[/pullquote]
La Ministra Principal tiene a su favor la posición dominante de su partido, el Partido Nacionalista Escocés (SNP por sus siglas en inglés), lo que le permitirá mantener la iniciativa de la agenda política escocesa mientras el partido laborista se lame las heridas tras haber mantenido la que puede ser su peor campaña en la historia, pues ha defendido la permanencia en la UE al mismo tiempo que criticaba sus políticas neoliberales, lo que ha impedido aglutinar a sus votantes. A su vez, conservadores y UKIP son percibidos como causantes de esta crisis, perdiendo espacio político en Escocia.
Otra baza a su favor es la aparente necesidad de que el Parlamento de Escocia apruebe la salida de la UE para que ésta se complete. Y esto no parece que vaya a ocurrir. No obstante, esta apreciación parte de la cláusula 29 del Acta de Escocia de 1998 y está abierto a interpretación. A día de hoy nadie confía plenamente que esto pueda frenar la salida forzada de la UE.
Destino UE: una carrera de obstáculos
En cualquier caso, la hoja de ruta de la independencia se antoja complicada. De ello es consciente una Sturgeon que ya ha recibido un par de negativas desde la UE, que apela a la necesidad de disparar el artículo 50 del Tratado de Lisboa antes de iniciar cualquier negociación formal, que además será con Londres como interlocutor principal. No obstante, parece que las peticiones de Sturgeon no han caído en saco roto, como nos informa la antigua asesora política de la Comisión Europea, Kristy Hughes, cuando afirma que ya se están manteniendo contactos off the record para que Escocia no tenga que abandonar la Unión para luego ponerse a la cola en el complicado proceso de adhesión. Carece de sentido, siempre que haya voluntad política, que Escocia abandone la EU para reintegrarse después.
No obstante, dos grandes obstáculos dificultan este camino, el hecho de que la consulta debe ser pactada con Londres, que no estará por la labor de facilitar la ruptura del Reino Unido, y que el resultado del referéndum deberá ser lo suficientemente amplio como para justificar tal desintegración.
A favor juega el deseo escocés de pertenecer a la UE, y el deseo de ésta de castigar a un Reino Unido que ha roto el techo de cristal que suponía abandonar la Unión. Una desintegración puede ser el castigo ejemplar que impida que países como Austria, Francia u Holanda convoquen consultas similares, a la expectativa de sus propios procesos electorales, varios previstos para el año que viene.
En clave nacional, España ya se han posicionado en contra de tales intenciones, consciente de los riesgos que supone para su política interna justificar la desintegración del Reino Unido. A este respecto, Cataluña y País Vasco tienen sus ojos puestos en las Islas Británicas.
El interminable puzle de Irlanda del Norte
Al igual que Escocia, Irlanda del Norte votó mayoritariamente por la permanencia, y al igual que sus vecinos se verán obligados a seguir a una Inglaterra con mayor peso demográfico en esta huída de la UE.
Pero el puzle norirlandés es muy diferente. Su economía depende en gran medida del comercio con Irlanda, libre de trabas aduaneras gracias precisamente al espacio económico europeo.
[pullquote align=”left”]En el caso norirlandés, a las históricas tensiones provocadas por la política y religión se une ahora la economía, pues tiene mucho que perder si finalmente se levanta una frontera con su vecino del sur[/pullquote]
En cuanto a su situación socio-política, a diferencia de Escocia, Irlanda del Norte presenta profundas fallas que siempre han amenazado con derrumbar la precaria convivencia entre católicos (partidarios de la re-unificación irlandesa) y protestantes (leales a la Corona y al Reino Unido). Por si fuera poco, a la mezcla de política y religión, se une ahora la economía, pues Irlanda del Norte tiene mucho que perder si finalmente se levanta una frontera con su vecino del sur.
Tales preocupaciones han llevado a Gobierno y ciudadanía a estudiar las distintas opciones, todas teniendo en cuenta el complejo sustrato social y político. La preferida por políticos y tertulianos televisivos y de radio consiste en alguna clase de acuerdo preferencial que permita mantener abierto el espacio económico con Irlanda, incluso aunque esto conlleve libertad de movimientos con la UE. Esto se debe a que en Irlanda del Norte la inmigración no es percibida como un problema. No obstante, la creación de esta clase de privilegios ad hoc no son del agrado de las instituciones europeas, con lo que nadie confía en llegar a un acuerdo en este sentido, mucho menos si se pretende hacer extensible a todo el Reino Unido.
Otra alternativa, y quizá la que más ampollas levanta, sería la de la re-unificación de Irlanda, opción contemplada en los Acuerdos de Viernes Santo y que permitiría a Irlanda del Norte mantenerse dentro de la Unión Europea, aunque esto implique abandonar el Reino Unido. Pero para ello sería necesario que tanto los irlandeses como las distintas comunidades principales de Irlanda del Norte se manifiesten favorables.
Tal iniciativa supondría el desmembramiento completo del Reino Unido, con la diferencia en este caso de que las prerrogativas para la consulta no las tiene Londres, que no podría hacer nada al respecto.
En cualquier caso, este acuerdo parece difícil de alcanzar debido a la ausencia de apoyos entre la población protestante, tradicionalmente leal al Reino Unido y mayoritaria en Irlanda del Norte. El problema reside en que su mera mención puede provocar los deseos separatistas de la comunidad católica-republicana y desencadenar otra época de enfrentamientos intercomunitarios. De hecho, el Sinn Fein, partido que aglutina a esta comunidad, ya ha llamado a la creación de un Forum político junto con la República de Irlanda a fin de tratar temas comunes como puedan ser el comercio, la sanidad o el turismo, entre otros. Algo que muchos han visto como un intento de reforzar los vínculos con Irlanda y crear las condiciones necesarias para vencer en una eventual votación.
En cualquier caso, los retos a los que se enfrenta el conjunto del Reino Unido son difícilmente abarcables para una futura Primera Ministra conservadora que ya ha anunciado que “Brexit significa Brexit y que lo convertirá en una historia de éxito”.
Un futuro incierto para un Reino (des)Unido
El Reino Unido se enfrenta a la que puede ser la peor crisis institucional desde que iniciara la desintegración de su Imperio colonial. La deficiente gestión política ha permitido el crecimiento del oportunismo. La incapacidad para encontrar soluciones a los problemas de los ciudadanos y las clases populares ha dado alas a una xenofobia cada día más asentada en la sociedad europea. Este sentimiento, aprovechado por una clase política ineficaz, ha sido dirigido contra una Unión Europea cuya legislación impide el control de los flujos migratorios de trabajadores del sur y este europeo.
Todo esto ha permitido la aparición de cierta clase de oportunistas políticos como Nigel Farage, propiciador de una crisis que no está dispuesto a resolver. Retirándose de la política activa, es consciente de la precariedad en la que deja a su país.
Mientras tanto, la sociedad británica ha quedado rota. Del mismo modo que puede quedar roto un Reino Unido si Escocia e Irlanda del Norte deciden separarse. Si eso pasara, la Inglaterra de las clases trabajadoras, nostálgica de su pasado imperial y fielmente retratada en This is England, viviría un estancamiento económico sin precedentes.
[pullquote align=”right”]La deficiente gestión política ha permitido el crecimiento del oportunismo. La incapacidad para encontrar soluciones ha dado alas a una xenofobia cada día más asentada en la sociedad europea[/pullquote]
Pero el sentido común volverá en algún momento a la clase política británica. Consciente de los riesgos futuros, el Gobierno tratará de alcanzar un acuerdo suficientemente favorable como para vendérselo a una ciudadanía que ya parece estar arrepentida de lo votado el 23-J. El éxito sería rotundo si esto sucediera antes de que escoceses y norirlandeses se pronunciaran sobre su propio futuro, condicionando así su respuesta. Dada la situación, el calendario político marcará si tal maniobra es un éxito o un fracaso.
De cualquier manera, el caso escocés será difícil de entorpecer si la UE ofrece una transición rápida. La confianza de Escocia en la acción política de Londres está rota y carecería de sentido dejar fuera de la UE a Escocia para luego iniciar el largo proceso de adhesión. En el caso norirlandés, la solución vendrá marcada por el peso demográfico de sus distintas comunidades y de la iniciativa política de su propia asamblea.
Cuestión aparte es el pacto que Europa está en disposición de ofrecer a Londres. Ambas partes son conscientes de que la libertad de movimientos no es negociable si se busca la libertad de mercancías y capitales. El demonio está en los detalles, como se suele decir, con lo que tendremos que leer la letra pequeña del acuerdo.
Y si todo falla, ya está sobre la mesa la última ocurrencia de la política británica: la reformulación territorial y administrativa del Reino en una suerte de Estado Federal. Esto permitiría que algunos Estados puedan ser miembros de pleno derecho de la UE mientras otros se quedan fuera. Tal acuerdo, por heterodoxo, salvaría la existencia del Reino Unido como tal, aunque su formulación requiera de grandes dosis de ingeniería política e institucional.
Así visto, no sabemos si esto es un ejemplo de genialidad británica, o que el sentido común ha abandonado definitivamente las islas.
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