La pandemia producida por el COVID-19 impactó fuertemente los mercados laborales de América Latina y el Caribe y ha afectado las ocupaciones de las mujeres y los hombres de manera desigual. En este contexto, siendo las mujeres quienes se enfrentaron a mayores probabilidades de perder su empleo, se produjo un retroceso en el incremento gradual de la inserción femenina al mercado laboral de las últimas décadas. Este desafío en materia de participación laboral femenina requiere la atención por parte de organismos estatales y movimientos feministas.
Las medidas de distanciamiento social decretadas por los gobiernos de la región para frenar el avance del COVID-19 afectaron a las actividades productivas y resultaron en una fuerte contracción económica. Ahora bien, los datos demuestran un impacto desigual en la situación laboral de hombres y mujeres. Según la CEPAL, el empleo de las mujeres de América Latina y el Caribe descendió un 9,4% entre 2019 y 2020, mientras que en los hombres hubo un descenso menor, sólo un 7%.
Asimismo, al comienzo de la pandemia, las mujeres contaban con un 44% más de probabilidades que los hombres de perder su trabajo. Es necesario señalar que aquellas ocupaciones laborales que precisan mayores interacciones presenciales, como educación, trabajo doméstico renumerado y sector servicios (especialmente dentro del comercio y el turismo), cuentan con una alta participación laboral femenina y la escasa viabilidad del teletrabajo en este tipo de actividades aumenta las probabilidades de que las mujeres pierdan su empleo y afecta negativamente a la capacidad de generar ingresos para sus hogares.
Uno de los sectores más golpeados por la crisis fue el trabajo doméstico remunerado debido a que se encuentra altamente precarizado y es imposible llevarlo a cabo de manera remota; pero no sólo eso, sino que las mujeres que no tuvieron más opción que seguir trabajando se vieron expuestas al virus y a un deterioro de sus condiciones de empleo. Otro dato clave es que, como menciona la CEPAL, las actividades ligadas a la hostelería, igualmente dentro de los sectores afectados, tiene sobrerrepresentación femenina; un 61,5% de dichos puestos de trabajo en América Latina y el Caribe fueron ocupados por mujeres durante el 2019. Podemos tomar más datos regionales a modo de ilustración: el sector turístico cuenta con un 78,6% de participación femenina en Bolivia, un 76,4% en Perú, un 76,2 % en Honduras y un 72,9% en Nicaragua.
Por otro lado, las mujeres son quienes mayormente se hacen cargo de la demanda de cuidado de personas mayores de edad y de niños en sus hogares, lo cual repercute en que muchas de ellas se vean obligadas a dejar sus empleos y no vuelvan a retomar la búsqueda de trabajo. En este contexto de crisis, las alternativas eran escasas tras el cierre de centros educativos y de cuidados. Así, la autonomía económica de las mujeres se ve afectada por dos factores: por un lado, por el incremento del trabajo doméstico no renumerado, y por otro, por la contracción del empleo.
Todo ello produce un aumento en la brecha de empleo, es decir, la diferencia entre las tasas de empleo de hombres y mujeres incrementa considerablemente; afectando especialmente a mujeres jóvenes, jefas de hogar con niños/as a su cargo y de bajo recursos. Esto, a su vez, trae consigo otras dificultades para las mujeres, entre las cuales destacan: disminución de la toma de decisiones en el hogar, la reducción de su empoderamiento y una mayor precarización en hogares pobres.
A lo largo del 2021 se observó cierta recuperación en la actividad post-pandemia debido a que tanto hombres como mujeres retornaron al mercado laboral. Sin embargo, la recuperación todavía no alcanza los niveles pre-pandemia. También cabe destacar que las oportunidades de reinserción laboral no se dan de igual forma para mujeres y hombres. La participación de las mujeres en el mercado laboral se ve fuertemente condicionada en la medida que los sectores económicos que han tenido mayor recuperación son aquellos altamente masculinizados, como el comercio, el transporte y la construcción.
Además, tal como menciona Gala Díaz Langou, directora del Programa de Protección Social del think tank Cippec, los puestos que sí pueden llevarse a cabo de manera remota están, generalmente, ocupados por varones. En resumen, existe una mayor recuperación de empleo y menor caída en la participación laboral de los hombres que en las mujeres y esto se traduce en una ampliación significativa de brecha de género.
La pandemia ha visibilizado y agudizado las desigualdades en materia de género existentes en el mercado laboral de la región América Latina y Caribe. De ello se deduce la necesidad de elaborar políticas públicas de protección social e inserción laboral que atiendan a una perspectiva de género. No basta con asegurar la participación de las mujeres en sectores dinamizadores de la economía, ni con medidas orientadas a intervenir específicamente en sectores de bajos ingresos o aquellos más afectados por la pandemia, como el trabajo doméstico remunerado y el trabajo informal. Además, hace falta una labor de concienciación y fomento de la corresponsabilidad masculina dentro de la esfera privada tanto en el ámbito de las tareas del hogar como en las del cuidado (de infantes y mayores).
La crítica feminista que hace hincapié en la doble jornada femenina, aquella realizada en el trabajo y las tareas domésticas dentro del hogar, no sólo resulta útil en términos morales al aspirar a mayores cuotas de igualdad, sino que también permite señalar una mejor predisposición (en términos de tiempo) de las mujeres hacia el mercado laboral cuando toda la carga del cuidado no recae sobre sí mismas.
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