Además de su papel en el hogar como esposas, madres y educadoras, la mujer ha realizado una importante labor en el desarrollo cultural que la Historia, contada por hombres, ha llenado de ausencias. Sería posible citar a miles de mujeres que, de una forma u otra, han destacado en los campos más variados de la cultura. Pero la mayoría de ellas tuvo que vencer perplejidades y desconfianzas ajenas para crear un espacio, un reconocimiento y un lenguaje propio. Muchas pasaron por vidas difíciles y complicadas, fruto de la búsqueda constante de su identidad ocultada por un mundo de hombres. Y aunque algunas fueran reconocidas en su época —y eran consideradas excepciones del género e incluso milagros de la naturaleza—, la historia de la cultura ha sido tremendamente injusta con ellas. Históricamente hablando, a la mujer le ha estado vedado el esplendor; y su independencia ha producido grandes desasosiegos.
“Alguien se acordará de nosotras en el futuro”
Safo de Lesbos, primera poetisa occidental conocida. Grecia, 650-680 a.C.
La Enciclopedia Historia Naturalis, escrita en el año 70 antes de nuestra era por Plinio el Viejo, atribuye la invención de la pintura a la joven Kora, hija del alfarero Butades Sicyonius, y menciona a seis mujeres artistas de la Antigüedad. De ninguna de ellas se tienen datos fiables ni se han conservado sus obras. Sí se sabe que, en el siglo I a.C, Iaia de Kyzikos retrataba mujeres patricias y tallaba marfiles. Durante la Edad Media algunas mujeres de cuna noble que permanecen en el anonimato, realizaron labores de bordado y fabricación de tapices. Durante el siglo XV, periodo de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, con las nuevas ideas del Humanismo y el Renacimiento en las que supuestamente se abandonaba la rígida y dogmática mentalidad establecida en la Europa medieval, las mujeres con inquietudes culturales podrían haber tenido idéntica oportunidad que los hombres de la época, pero Europa estaba consolidada bajo linaje masculino y las líneas hereditarias se realizaban en nombre del varón, con lo cual la mujer desconocía el valor de la independencia.
Por aquel entonces, además, el acceso a la formación cultural de la mujer sólo podía darse perteneciendo a una familia noble y acaudalada o, como en el caso de las Artes Plásticas, teniendo un padre pintor o escultor con taller propio donde poder representar lo divino y lo humano de un cuerpo desnudo. En cuanto a la literatura, la mayoría de ellas pertenecía al estamento religioso. La Iglesia condenaba determinados géneros y temas literarios y, por supuesto, consideraba que la mujer que se atreviera a escribir debía hacerlo bajo el amparo de su condición de religiosa o de una familia noble e influyente y, desde luego, sobre temas poco mundanos. Las que no habían abrazado la vida monástica, escribían sobre cuestiones paralelas a su papel en la sociedad: como esposas y como madres. Era un mundo perfecto para quien había nacido varón y opaco para quien no lo había hecho. Sólo unas pocas pudieron desarrollar su pasión por el Arte y las Letras y ser reconocidas; y muchas permanecieron detrás de cuadros, escritos o canciones populares, como autores anónimos.
Un librero florentino del siglo XV escribió: “Lo primero es que las mujeres eduquen a sus hijos en el temor de Dios, y lo segundo, que estén calladas en la iglesia, y aun diría que dejen de hablar en otros lugares también”.
Con la fundación de Academias de Arte oficiales, las mujeres que lograron ser aceptadas culturalmente durante el siglo XVII tampoco disfrutaron de las mismas condiciones que los varones: debían pagar más por el ingreso en la academia, no podían dar clases, competir por premios ni estar en sesiones de desnudos. Se las quiso entonces separar de los varones argumentando que eran totalmente diferentes a estos y homogeneizándolas bajo la idea de un arte femenino delicado y amateur.
Aun siendo el siglo de la Ilustración, de la defensa de la libertad y de la igualdad, durante el s XVIII la mujer continúa sin situarse en el mismo plano que los hombres. Se alzaron voces a favor del derecho a la educación de las niñas, pero semejante privilegio sólo podía darse en las clases sociales más favorecidas. Sin embargo, a la mujer ya se le reconoce el derecho a leer, a codearse con los filósofos de la época en los salones literarios, a tener opinión y, en definitiva, a tener acceso al conocimiento.
“Además de al mundo de las matemáticas, la física o la biología, las mujeres han realizado una gran aportación al mundo de la cultura, aún teniendo que hacerlo en condiciones especialmente difíciles por el simple hecho de ser mujeres”.
Será en el siglo XIX cuando la voz de la mujer empezará a sonar con mayor claridad y fuerza. Cansadas de la falta de libertad (sólo podían visitar el Louvre acompañadas de padre o hermano), limitadas al tener que representar y escribir únicamente lo vivido en el hogar o en el círculo de amistades, y obligadas a ceñirse a lo que una sociedad dirigida por hombres les permitía, las mujeres más valientes comenzaron a rebelarse.
Al igual que las de épocas anteriores, artistas, escritoras y humanistas de esta época continuarán trabajando en inferioridad de condiciones respecto al hombre: su mundo seguirá siendo exclusivamente femenino porque no se les deja salir de él. Y comienzan a buscar vías de escape: dejarán de limitarse a representar los retratos y bodegones a los que parecían estar destinadas y abandonarán la escritura de libros didácticos y de consejos familiares o canciones populares.
En las Artes Plásticas, comenzarán a pintar su mundo emocional, sus penas, sus alegrías y su sensualidad, construyendo una mirada propia y dejando constancia de ellas mismas. En la Literatura, empezarán a plantearse su derecho a escribir y a que su literatura sea valorada según los mismos parámetros que la de sus compañeros masculinos. Muchas de estas últimas mujeres, además, se verán obligadas a masculinizarse, a negar su condición de mujer y asumir una identidad masculina, a través del uso de un pseudónimo o del apellido del marido. Y en sus novelas describirán vidas poco femeninas, marginales que sirvan de revulsivo y a la vez de ejemplo para el resto de mujeres.
A principios del s XX, las cosas no cambiarán mucho. Con el paso de los años y el paulatino avance de la igualdad de derechos, la mujer accederá a puestos de trabajos antes imposibles, estudiará en la Universidad y será considerada por la sociedad. Sin embargo, el tan manido “todos somos iguales” continuara sin cumplirse y las mujeres seguirán teniendo sueldos más bajos y despidos improcedentes en todos los ámbitos, incluido el de la Cultura.
Hay que contar la historia como ha transcurrido. Dando a las mujeres la dimensión que merecen y sacándolas del silencio que se les da en los libros de Historia ya que el mensaje que se transmite es engañoso. Lo que se comunica con ello es que la mujer no ha sido relevante en la historia ni ha colaborado para haber llegado hasta aquí. En definitiva, un discurso que, no nos engañemos, de alguna manera mantiene la violencia de género, alimenta las diferencias laborales y oculta la realidad.
Un mundo de ausencias para quien ha nacido mujer
Si bien es verdad que la situación, supuestamente, se normaliza a finales del siglo XX y principios del XXI, permanece el protagonismo de la cultura creada por el varón. La última constancia de ello nos traslada al Museo del Prado de Madrid donde, aunque entre sus colecciones y obras de arte se encuentre cuadros de cincuenta y tres mujeres, frente a la de cinco mil hombres, sólo siete de ellas están expuestas. Semejante desproporción sugiere preguntarse por quién lleva las riendas de los grandes museos españoles. Y las estadísticas vuelven a tomar la palabra: pese a la abundancia de conservadoras, comisarias y directivas en centros de segundo nivel, los cargos de máxima responsabilidad siguen dominados por hombres. Recordemos la la ley de paridad, en números y por probabilidad estadística, debería rondar siempre entre el 45-55%.
Puestos a hablar de diferencias y del Museo del Prado, en estos días la Pinacoteca Nacional es noticia por la exhibición en solitario de Clara Peeters, una de las cincuenta y tres artistas anteriormente citadas. Más que por la exposición, cabría preguntarse si la noticia reside en la excepcionalidad de la noticia en sí misma ya que, más noticia aun, debería ser que, Clara Peeters fue, además de precursora, una de las pocas mujeres artistas reconocidas en su época.
No es posible desconocer que ha habido y hay mujeres pintoras, escultoras, arquitectas, literatas, poetisas, dramaturgas, compositoras, músicas,actrices, bailarinas, cineastas, fotógrafas, performers…grandes artistas que manifiestan sus ideas, sus sentimientos y desarrollan su imaginación.
Como conclusión, la palabra que mejor definiría el papel de la mujer en la Historia de la Cultura Universal sin duda sería la palabra “ausencia”. Y todas aquellas mujeres que han dejado su trazo, su firma y su huella apenas serían excepciones. Ante esta realidad, cabe preguntarse si la obra de Cervantes o de Picasso habría sido de igual manera considerada de haber nacido niñas, y si la Historia les habría tratado con la misma “excepcionalidad” con la que les ha tratado a a ellas.
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