¿Tener más dinero y bienes nos asegura la felicidad? ¿El capitalismo es el modelo idóneo para alcanzarla? ¿La felicidad se trata de tener o de llegar a ser?
La historia del siglo XX fue en buena parte la historia del capitalismo y el comunismo, la de dos superpotencias enfrentadas: Estados Unidos y la extinta URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) que representaban, con todas sus virtudes y carencias, modelos económicos y sociales que se consideraban a sí mismos como la mejor opción para alcanzar, en última instancia, la felicidad. Con la caída de la última se pensó que el capitalismo había triunfado sin objeciones; la globalización, sin embargo, se encargaría de mostrar lo erróneo de esa afirmación.
El individuo como centro y preocupación del quehacer científico, económico, cultural y social tiene pocas centurias como dogma imperante, y justamente esto ocurrió cuando abandonamos las religiones como centro del saber y su camino hacia la divinidad(es), y surgen modelos humanistas que nos acabarían llevando a la principal dicotomía ideológica que hoy llegamos a conocer: el capitalismo y comunismo, siendo para millones de personas casi como nuevas religiones.
Entendiendo el capitalismo
Antes del capitalismo, el mundo occidental, representado por los estados europeos, era básicamente un conjunto de territorios feudales, donde los señores de la tierra eran dueños de la vida de sus vasallos, que eran siervos antes que hombres libres. El modelo económico que siguió a esta instancia fue un protocapitalismo mercantilista, donde la titularidad (propiedad) de los medios de producción pasa a manos de privados, los cuales buscan obtener beneficios por su explotación, y todo ello ocurre en un lugar denominado mercado en el que se dan fenómenos económicos con sus propias reglas y condicionamientos. Es a través del capital que se genera la riqueza.
Fue uno de los primeros y de sus más destacados teóricos el conocido Karl Marx, quien se refería al capitalismo como “modo de producción capitalista”, ya que el capitalismo mejoró todo lo anterior por su dinámica, dotando a más personas de bienes de consumo que antes sólo podían alcanzar clases dominantes como la nobleza, y después los comerciantes y burgueses.
Desaparecida la servidumbre que imponía el vasallaje, los campesinos, según la concepción teórica —las ciudades todavía tenían poblaciones reducidas— debían volverse propietarios del suelo y de los medios para su explotación, pero lo que ocurrió fue que carecían de los métodos con que lograrlo, toda vez que eran otros los propietarios de los medios de producción, dándose entonces el surgimiento del trabajo asalariado, produciéndose entonces una relación asimétrica, ya que si bien esa fuerza de trabajo era la que producía la riqueza, era en realidad el poseedor del capital quien se quedaba con la mayor parte de los beneficios, algo que se ha convertido en el centro del modelo capitalista hasta el día de hoy.
La riqueza producida permitía generar mayor capital, y con ello mayor trabajo que justamente se concentró en las ciudades —donde las facilidades de comunicación y confort se concentraron—, con lo cual, en menos de un siglo éstas fueron más grandes e importantes y atrajeron a los campesinos convirtiéndose en trabajadores-ciudadanos.
Otro importante teórico de esta época de surgimiento del capitalismo fue Thorstein Veblen (1857-1929), que nos hace notar que mientras “en las sociedades tradicionales lo que importa es mostrar el poder, en las sociedades capitalistas lo que importa es mostrar el éxito”. El éxito se asocia con las posesiones, la acumulación de bienes, la capacidad de consumo; y Veblen resalta el hecho de que el consumo sirve para afirmar la pertenencia a un grupo social y, por ende, se busca una mayor capacidad de consumo para escalar a un grupo social superior. La ostentación reemplaza la satisfacción que se obtiene del objeto adquirido.
Gracias a estas ideas se comprende que la demanda es ilimitada, lo mismo que el crecimiento. El capitalismo permite la producción ilimitada, al situarse en el terreno del deseo y no de la necesidad. El consumo convierte el deseo en demanda.
Es también un deber mencionar a Joseph Schumpeter (1883-1950), autor de “Capitalismo, socialismo y democracia” obra publicada en 1942, en la cual refiere que el capitalismo es un tipo o método de transformación económica que nunca ha sido estacionario ni podría serlo. Señala que lo que mantiene en movimiento al capitalismo es la suma de:
- Los nuevos objetos de consumo.
- Los nuevos métodos de producción y de transporte.
- Los nuevos mercados.
- Los nuevos tipos de organización industrial.
Los elementos señalados comparten el mismo origen: la iniciativa capitalista. Parte de sus estudios mencionan el papel de la moneda y los negocios en el cuadro de las empresas capitalistas. La moneda es, para Schumpeter, una unidad de cuenta, es decir un instrumento de cálculo racional de los costos y los beneficios, con lo cual se impulsó la lógica de la empresa.
La empresa, y en concreto los empresarios, son la nueva clase que debe su existencia a sus logros individuales en el terreno económico, sus actividades son a las que Shumpenter atribuye las “prosperidades” recurrentes que revolucionan el organismo económico, pero también las “recesiones” causadas por los nuevos métodos de producción o productos.
La idea de empresa es destacada por el economista francés Francois Perroux (1903-1987), para quien “el capitalismo es una economía de empresa”, donde el Estado debe ejercer una intervención liberal que respete la lógica interna de la economía de la empresa y el mercado. Perroux señala que estas intervenciones son correctivas y no destructoras de la economía, y las clasifica en dos tipos:
- Los marcos institucionales y las “reglas del juego”, determinadas por el Estado, que interviene sólo para restaurar las condiciones de una competencia practicable, de una empresa dinámica y de una inversión privada vigorosa.
- Los impuestos y la moneda: el Estado se vale de estos dos medios dentro de un intervencionismo liberal que ejecuta a través de un plan financiero y fiscal flexible corrigiendo eventualmente el de los empresarios, afectando de esa manera al consumo global, la inversión global y el ahorro global.
Lo particularmente interesante de su visión es que, si bien reconoce que las empresas buscan maximizar sus ganancias y el el lucro, al mismo tiempo observa que:
“Cualquier sociedad capitalista funciona regularmente gracias a sectores sociales que no están impregnados ni animados por el espíritu de ganancia y la búsqueda de la mayor ganancia. Cuando los altos funcionarios, el soldado, el magistrado, el cura, el artista, el sabio están dominados por este espíritu, la sociedad se desploma y toda forma de economía se encuentra amenazada. Los bienes más preciosos y más nobles en la vida de los hombres, como el honor, la alegría, el afecto, el respeto de los otros no deben llegar a ningún mercado (…)”. (1) (2)
La “paradoja de Easterlin” (3) sugiere que no existe ningún vínculo entre el desarrollo económico de una sociedad y su nivel promedio de felicidad. En todas las sociedades, más dinero para el individuo normalmente significa más felicidad individual. Sin embargo, elevar los ingresos de todos no aumenta la felicidad de todos. La relación ingresos-felicidad proporciona un clásico ejemplo de la falacia lógica de la composición, lo que es verdad para el individuo no es cierto para el conjunto de la sociedad.
La resolución de esta paradoja estriba en el carácter relativo de las sentencias sobre bienestar. Los individuos evalúan su bienestar material, no en términos de la cantidad absoluta de bienes, sino en relación con una norma social de qué bienes deben tener. (4)
La creencia popular, sin embargo, ha sido que las personas que se consideran ricas son más felices, y no existía una base científica para aceptar o refutar tal afirmación, hasta ahora. En el año 2015, la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS) del Reino Unido publicó “Relación entre riqueza, ingresos y bienestar personal, desde julio de 2011 hasta junio de 2012”. Este artículo muestra los datos de la Encuesta de Riqueza y Activos (WAS), que incluyera por primera vez mediciones acerca del bienestar personal, donde debemos entenderlo como un sinónimo de felicidad. Esta encuesta encontró que:
- El nivel de bienestar personal de un individuo está fuertemente relacionada con el nivel de riqueza del hogar en el que viven.
- La riqueza financiera neta de los hogares parece ser el tipo de riqueza más fuertemente asociada con el bienestar personal. En particular, la satisfacción de vida será mayor en los hogares con mayor riqueza financiera neta.
En este sentido, la riqueza fue definida como la suma de cuatro componentes:
- Riqueza inmobiliaria neta.
- Riqueza financiera neta.
- Riqueza física.
- La riqueza de una pensión privada.
La riqueza es algo que se acumula y desagrega con el tiempo, con los ingresos que proporcionan una forma de acumular riqueza (5). Teniendo en cuenta esto, podemos, al menos, establecer hoy, en base a la información estadística que existe, una relación entre riqueza y felicidad, pero todavía no se puede afirmar que la riqueza cause felicidad. Como reza el refrán: “el dinero no da felicidad, pero es lo que más se acerca a ella.”
La felicidad
Ponerse de acuerdo y definir la felicidad es una tarea difícil, pero vamos a valernos de la siguiente noción: “La felicidad es un estado emocional que surge cuando el individuo encuentra satisfacción en algo o alguien que se traduce en alegría, satisfacción, y paz.” Y como todo estado emocional, es pasajero y no permanente.
Desde que nace la democracia moderna, encontramos el concepto de felicidad insertado en las Cartas Políticas de las nacientes repúblicas. En muchas Constituciones es un anhelo a alcanzar, tanto así que en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776 se puede leer lo siguiente:
“(…) Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.”
También encontraremos una referencia a la felicidad en la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano del 26 de agosto de 1789:
“Los representantes del pueblo francés (…) han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre (…) a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo (…) redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos.”
Las ideas francesas sobre la felicidad provienen de la Ilustración, de filósofos como Voltaire y Rousseau, pues para ellos la felicidad no es un capricho del destino, ni tampoco un don divino que uno recibe como premio a una buena conducta en vida, sino algo que todos deberíamos alcanzar en la Tierra, aquí y ahora. Y más adelante, para Hegel, la felicidad es un ideal de un estado o condición inalcanzable, excepto en un mundo sobrenatural y por intervención de un principio omnipotente. Por otro lado, Bertrand Rusell sostiene que la felicidad requiere de una condición indispensable: la multiplicidad de los intereses, de las relaciones del hombre con las cosas y con los otros hombres, y por lo tanto la eliminación del egoísmo, del centrarse sólo en uno y sus pasiones.
Un Estado tiene muchas tareas que sus ciudadanos le han asignado para su propio bienestar: alimentación, seguridad, educación, salud, trabajo, seguridad social, deporte, etc. La felicidad se alcanza en la medida en que las necesidades son satisfechas, alejando la preocupación en éstas. Sin embargo, el Estado sólo promueve, incentiva, alienta, invierte, pero no nos asegura si lo que comemos es lo que nos hace bien, si tenemos el trabajo que nos gusta o sólo el que nos ayuda a vivir el día a día. En ese sentido, debemos destacar las palabras de Benjamin Franklin sobre lo recogido por la Constitución de Estados Unidos: “que la Constitución de EE.UU. no garantiza la felicidad, sólo la búsqueda de la misma. Cada persona debe conquistarla para sí misma”.
Al fin de cuentas, nadie, ni el Estado ni ningún otro individuo o corporación, puede hacer por nosotros lo que sólo a nosotros nos toca, buscar una vida plena en la cual entre las sumas y restas de momentos a la hora de hacer el balance podamos sentir que fuimos felices, aunque la felicidad no se encuentre a la vuelta de la esquina.
- Referencias de interés para el lector:
- Francois Perroux, Le capitalisme, Paris, Presses Universitaries de France, 1948. P. 103.
- Citado por Héctor Guillén Romo en los “ Los grandes teóricos del capitalismo”, mundosigloxxi.ciecas.ipn.mx/pdf/v02/07/02.pdf
- Richard Ainley Easterlin (1926-) professor de economia de la Universidad del Sur de California. Conocido por la teoría económica que lleva su nombre, la paradoja de Easterlin.
- NBER WORKING PAPER SERIES. ECONOMIC GROWTH AND SUBJECTIVE WELL-BEING: REASSESSING THE EASTERLIN PARADOX, Betsey Stevenson y Justin Wolfers. Edi. National Buereau of Economic Research, Cambridge 2008.
- Relationship between Wealth, Income and Personal Well-being, July 2011 to June 2012. Office for National Statistics, 04 september 2015 . Se puede revisar en http://www.ons.gov.uk/ons/dcp171776_415633.pdf
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
¿Quieres recibir más explicaciones como esta por email?