28/03/2024 MÉXICO

¿Viviremos para ver una China democrática?

18th National Congress of the Communist Party of China
Pablo Astor, residente en China, analiza la idiosincrásia de sus ciudadanos y la historia reciente del país, ofreciendo una visión alejada del prejuicio simplista occidental.

Pese a que la mayoría de nosotros no seamos conscientes, nuestra educación se enmarca en un eurocentrismo que se refleja no solo en nuestros valores, sino también en nuestra cronología. Tal y como señala el politólogo Xulio Ríos, cuando en Occidente hablamos de Era Moderna, la historia supuestamente universal tiende a considerar el periodo comprendido entre los siglos XV y XVIII; no obstante, otras regiones del mundo han desarrollado un relato histórico ciertamente diferenciado e independiente. Así, la milenaria historia de China no sitúa la modernidad hasta principios del Siglo XX, con la creación de la República de China y la caída de la dinastía Qing en el año 1912. Y este no es más que un ejemplo. Con valores y creencias propias, ajena prácticamente a toda injerencia occidental hasta las Guerras del Opio y especialmente la Segunda Guerra Mundial, la sociedad china es hoy en día una cultura difícil de interpretar.

Este aislacionismo, tan denostado en el exterior como celebrado en el interior, otorga a China una unidad cultural, étnica y lingüística que se refleja manifiestamente en el propio nombre del país: Zhongguó o “país del centro”. El pueblo Han, que engloba aproximadamente al 92% de la población china, ha difuminado las líneas que separan los conceptos de nacionalidad y etnia, dando como resultado una marginalización progresiva de las minorías en el país que hoy luchan por reconocimiento y autodeterminación. Esta cohesión social, que se ha visto favorecida por la indudable pujanza del chino como lengua más hablada en el mundo, otorga al país un enorme potencial de influencia y poder blando.

 

Foto del autor: Muralla china en Beijing, símbolo del aislacionismo chino.

 

A pesar de esto, a día de hoy, China continúa siendo un enigma no solo cultural, sino también político e ideológico para el ciudadano occidental. ¿Cómo puede el país más poblado del mundo y segunda potencia mundial vivir a espaldas de los avances democráticos del resto del mundo?

En primer lugar, tal y como se ha señalado, el relato histórico chino se caracteriza por las memorias de una civilización compleja, cohesionada y hermética. Esta civilización, narrada normalmente a través de trece dinastías históricas, fue paulatinamente adoptando distintas características que definen el actual imaginario colectivo chino. La más trascendental, a partir de la cual derivan la mayoría de las demás, es la célebre filosofía confuciana. Esta doctrina, a diferencia de las religiones teocentristas, coloca al individuo en el centro de la moralidad y siempre en virtud del colectivo, ya sea familia, sociedad o, en el caso de los gobernantes, súbditos.

Así, a pesar del surgimiento de competidores ideológicos como el taoísmo, el budismo o el propio maoísmo, la corriente confuciana moldeó una sociedad en torno al concepto de comunidad y respeto por lo establecido. Este concepto se vio además respaldado por las propias características de la orografía y el terreno del país: una zona norte relativamente seca y necesitada de sistemas de riego y una zona sur cuyo cultivo principal era el arroz, con su consiguiente necesidad de mano de obra. Este productivo cereal, tan característico todavía a día de hoy en la región asiática, exige un importante espíritu de cooperación no solo debido al propio proceso de cultivo y recogida, sino también a sus numerosas cosechas anuales.


Esta colectivización, provocada aparentemente por cuestiones ajenas al poder político, se vio rápidamente necesitada de un poder autoritario y autocrático que ejerciese justicia e impulsase los valores confucianos tradicionales. Este pensamiento llevó incluso al rechazo de avances tan importantes para el desarrollo occidental como el telégrafo o el ferrocarril, propiciando la creencia popular de que todo aquello ajeno a las fronteras chinas era salvaje e inútil. No obstante, este comportamiento impulsó un movimiento innovador paralelo que resultó en invenciones actualmente esenciales como la brújula o la imprenta, además de la construcción de infraestructuras como el Gran Canal chino, río artificial más largo del mundo todavía a día de hoy. Así, en este contexto de arrogancia y reclusión, comenzaron a instaurarse distintas figuras políticas cuyo único mandato era el de preservar la unidad territorial, racial y moral.

Estas figuras reinaron en una sociedad extremadamente burocrática que difirió del feudalismo occidental en su omnipresente meritocracia. La captación del talento y la eliminación de cualquier cargo hereditario, con excepción del Emperador, creó una atmósfera de seguridad y confianza en los mandatarios que se extiende aún hasta el día de hoy.

Tras este concepto de meritocracia se esconde así una de las principales razones por las que la democracia sigue asociada únicamente al imaginario occidental: en China gobiernan y gestionan los mejores, no aquellos elegidos en base a tendencias sociales o periodísticas.

De esta manera, con una gestión eminentemente práctica y enfocada al beneficio colectivo, China sobrevivió a distintas dinastías que se caracterizaron indistintamente por el aislacionismo y la superioridad cultural y moral con respecto al resto del mundo. Sin embargo, con la caída de la dinastía Qing y el nacimiento de la República en el año 1912, el país se afilió en un nuevo paradigma pro-occidental gracias a la figura de Sun Yat-sen. Paradójicamente, este espejismo integrador decayó con apenas cuarenta años debido a sucesos externos como la guerra contra Japón y la II Guerra Mundial.


A raíz de estos eventos y ante el descontento de una sociedad pobre y hambrienta nacería el Partido Comunista Chino de Mao Tse-Tung, en connivencia con su homólogo ideológico de entonces: la URSS. Tras proyectos fallidos como el Gran Salto Adelante y la Gran Revolución Cultural Proletaria, muchos vaticinaron su caída a finales del siglo XX con el telón de acero, pero lo cierto es que el partido supo aunar ideas marxistas con otras de carácter más socialista y capitalista que lideraría el ideólogo Deng Xiaoping, que permitieron no solo mantener el status quo del partido sino también desarrollar el país de manera en ciertos aspectos modélica.

 

Foto del autor: Tradición y modernidad conviven hoy en una China en constante crecimiento.

 

La nueva sociedad china se basa esencialmente en la omnipresencia del Partido Comunista Chino, indistinguible en la mayoría de los casos del propio Estado y del Ejército Popular del país. Así, esta trinidad ha primado en todo momento la reducción de la pobreza sobre otros aspectos como la justicia y la privacidad, ganándose el favor y la lealtad del pueblo y silenciando potenciales voces discordantes.

Con respecto a estas voces, el ciudadano occidental puede preguntarse cómo, en un país de más de mil trescientos millones de habitantes, no existen movimientos opositores consolidados. Además de la censura de los medios y la opaca represión ejercida por el Gobierno contra determinados ciudadanos y territorios, el Partido Comunista ha sabido canalizar a las élites empresariales integrándolas en órganos gubernamentales de manera que puedan aunar sus intereses comerciales con las líneas de actuación del país.

Tal y como se intenta demostrar en este artículo, el mundo occidental tiende a perder de vista la complejidad que supone un país como China, asociándolo únicamente al comunismo y a la falta de democracia. Sin embargo, China es hoy en día un país que ha dejado atrás la imagen de país lastrado por la pobreza, la explotación infantil y el antiguamente infame Made in China, además de consolidarse como principal competidor de Estados Unidos en sectores tan estratégicos como la Inteligencia Artificial, la Investigación Aeroespacial y las Ciencias de la Salud. La pobreza se ha visto reducida, según los datos otorgados por el Banco Mundial, en más de un 50% entre el año 1981 y el año 2004, cifras inimaginables para el resto del mundo.


En cuanto a la democracia en el país, lo cierto es que ni la historia ni la sociedad actual parecen prever un cambio a corto plazo en este sentido. La sociedad china disfruta de privilegios económicos y sociales impensables hace tan solo una generación, mientras que las potencias occidentales cuentan de esta manera con un competidor y un discurso constante y sin altibajos políticos que puedan afectar a sus respectivas balanzas comerciales. China no es una democracia, pero parece que nadie se toma en serio tomar un camino contrario.

 

Referencias bibliográficas:

Basi, S. (2017). La democracia fallida de China. La Vanguardia.
Fanjul, E. (2008). Tribuna: China, la democracia gradual. El País.
Moreno, J. (1992). China Contemporánea 1916-1990. Colección la historia en sus textos.
Ríos, X. (2016). China Moderna. Una inmersión rápida. Tibidabo.
Tamanes, R. (2017). ¿Para cuándo la democracia en China? República.
Zhou, L. (2015). La evolución de la cultura política china: una aproximación a través del modelo teórico de Almond y Verba. SciELO.

Esta es una explicación sin ánimo de lucro.

 

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2 comments

  • Sin fronteras

    08/03/2019 at

    Estupendo artículo, una visión completamente diferente de la que estamos acostumbrados a que nos cuenten, es importante y se nota que el articulista ha vivido en China .Como siempre gracias por un artículo de nivel.

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  • Milanesa

    08/03/2019 at

    Gracias unitedexplanations.muy interesante y ademas bien escrito

    Reply

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