28/03/2024 MÉXICO

¿Existen unas corrupciones peores que otras?

Imagen que representa la corrupción sistemática [Foto vía vtactual.com].
Desigualdad, descripción gráfica
El discurso contra la corrupción ha sido utilizado para mermar el Estado de Bienestar sin abordar problemas sistémicos que acrecentan la distribución desigual de la riqueza. Tal y como apunta Thomas Piketty, desde 1980 el crecimiento económico no ha dejado de disminuir, mientras la desigualdad ha ido en aumento, en un contexto de debilitamiento del Estado dentro de un marco capitalista. Así pues, ¿qué es la corrupción?, ¿hay distintos tipos de corrupción?, ¿cómo debemos combatirla?

El economista Thomas Piketty demuestra en “El capital en el siglo XXI” que desde 1980 la desigualdad no ha dejado de incrementarse de forma dramática. Las economías industrializadas crecen menos a partir de aquella década (del 4-5% al 1-2% en el mejor de los casos) y, cuando antes, este crecimiento era distribuido de forma más equitativa mediante el Estado de bienestar, hoy, ese crecimiento va en sus 2/3 partes al 1% más rico de la población.

En los tiempos actuales en donde han muerto los grandes relatos y no existe alternativa al capitalismo en lo económico, ni a la democracia representiva como sistema político, pareciera que en muchos momentos, el conflicto principal es causado por la corrupción. Sin embargo, esta sanción (interpuesta) a los partidos y líderes políticos se hace en clave moral, lo que lleva a verlos como buenos o malos. En este marco, la izquierda es dos veces mala en comparación con la derecha. Por corrupta e hipócrita. Esta visión suprime lo político de unos proyectos políticos diferenciados, en el que uno debería ser contrahegemónico y el otro perpetúa un orden injusto haciendo negocio con el Estado. Así, ¿podemos pensar un criterio más útil para sancionar la corrupción?

Sin un Estado (de bienestar) fuerte se comienzan a mellar las posibilidades de que la ley se cumpla (en relación a los impuestos, multas, o a unas mínimas condiciones laborales) y que los programas sociales den cobertura a más personas en distintos derechos (alimentación, vivienda, transporte…). La riqueza, que ahora se concentra en los poderes financieros, se reparte de forma cada vez más asimétrica, sostiene el economista francés.

El debilitamiento del Estado, en un marco capitalista, implica la cesión de ciertos servicios que antes eran considerados públicos, a manos de particulares. Se sustituye, por tanto, la lógica del bien común estatal por la lógica rentista capitalista en la educación, sanidad, transporte, vivienda, etc. y esto quizá, merezca una reflexión para determinar gravedades de corrupción.

El capitalismo, sobre todo el que se propone con el neoliberalismo, estaría asociado en gran medida con la corrupción al diluir de nuevo las barreras entre lo público y lo privado y al expandir un subjetivo privatizador y lucrativo, se explica en este vídeo:

¿Tipos de corrupción?

Cuando todo es corrupción, nada es corrupción. Por eso es importante, una vez explicado el terreno sobre el que nos movemos, intentar ordenar o categorizar la corrupción para que sea de utilidad de cara a una potencial “sanción popular” más precisa. Entre los estudiosos de la corrupción se suele establecer diferencias entre, por ejemplo, grande y pequeña corrupción, corrupción política, administrativa o privada, e incluso, algunos diferencian entre corrupción sistémica de esporádica, así como la moral de la legal.

En este sentido, el criterio de si supone o no un coste al erario público es útil y coherente con la idea que señalábamos antes: el Estado tiene como fin último el bienestar general y, por tanto, subvertir, desviar o sustraer recursos destinados al bien común debería ser lo que ocupe la centralidad dentro de nuestra noción de corrupción.


Cabe señalar que es difícil imaginar un lugar sin corrupción, de eficiencia y eficacia total. donde todos los funcionarios públicos obren siempre en beneficio de las mayorías, cumpliendo la ley y maximizando los recursos disponibles. También cuesta muchísimo imaginar empresarios que no intenten maximizar beneficios, sin pasar por encima de la ley o sin insinuar soborno al funcionario responsable de evaluar su propuesta de inversión. Esto definitivamente no existe, y es menos probable en un sistema que alienta el individualismo, la privatización y el lucro. El hombre virtuoso de nuestra época es uno emprendedor que vive tranquilamente en la comodidad de un hogar y una empresa construidos con su esfuerzo personal, que no se mete en problemas, ni mucho menos en política, que no necesita del Estado y que hace uso de su libertad y poder para seguir acumulando y para asegurar el bienestar material de los suyos, ciertamente, su familia.

Teniendo en cuenta que la corrupción se ha vuelto una categoría recurrente, “luchar contra la misma” un lugar común carente de ideología, como si el objetivo fuera sólo eliminar a los corruptos y no construir una sociedad más justa. El “caiga quien caiga” se ha convertido en un mantra para ‘sacar cuerpo’ o intentar lavarse las manos. Por esto, ¿debemos empezar a hablar de tipos de corrupción?

A cualquier estudioso del fenómeno con un mínimo de sensibilidad social le surgen dudas en torno a la idea de si primero, toda la corrupción es igual, y, sobre todo, cuál es la corrupción que importa más. Tiene razón Vestrynge cuando dice que no importa que un hecho sea falso, si es considerado cierto, es cierto en sus efectos. Con la “corrupción” pasa por un lado esto, que todavía mantiene su lado peyorativo y los pueblos aún lo sancionan (recordemos el caso de Corea del Sur o Rumanía); y todavía, en una mayoría de lugares, la corrupción es rechazada, y eso es algo positivo.

Así que no es cierto que a la gente no le importe la corrupción, y más cuando ese dinero no se dirige a garantizar los servicios sociales. No obstante, ¿qué se está entendiendo y qué -si recuperamos el sentido original del Estado- deberíamos entender por corrupción?, ¿no será que —aun estando de acuerdo en que la corrupción en general es deleznable— su gravedad vendrá dada por el daño que suponga al erario público, los servicios sociales, a nuestra seguridad y a todo eso que debe garantizar el bienestar general? A continuación, presento una categorización de la corrupción de acuerdo a sus consecuencias sociales escrita por Ranga Reddy con ejemplos añadidos por un servidor:


  1. Aquella con efectos para el bien común: los casos de corrupción que tienen grandes pérdidas para la calidad de vida de una mayoria social. Por ejemplo, cuando una empresa explota un recurso natural en un región y contamina lagos y bosques. Cuando el gobierno trata de investigarlos y sancionarlos, estas personas trnzan con determinados funcionarios par a hacer la ‘vista gorda’ ya sea brindando beneficios monetarios u otro tipo de incentivos y promesas. E intentan cambiar la posición de trabajo de aquel funcionario honesto mediante el uso de influencias más altas.

También podemos poner ejemplos más cotidianos; cuando hay personas que conducen un automóvil u otros vehículos, y un policía verifica su licencia para hacerlo. En muchos casos, se descubre que el individuo no tiene licencia o tiene acumuladas multas de anteriores infracciones y el policía o guardia de tránsito decide, previo pago de soborno, le permite seguir circulando, aun a sabiendas que hay posibilidades de que este conductor sin licencia pueda causar accidentes. Por lo tanto, en estos casos, la corrupción tiene unas claras y graves consecuencias sociales.

2. Aquella sin consecuencias ciertas para el bien común, pero sí para un individuo o grupo: en la financiación privada de partidos políticos, aun siendo legal, existe ciertamente un perjuicio a los partidos políticos que renuncian al financiamiento privado por cuestiones estratégicas o éticas. Por otro lado, supongamos que una familia tiene una propiedad que alquila a una tercera persona. Después de algunos años de uso, el tercero se rehúsa a abandonar la propiedad y cuando es denunciado obtiene el apoyo de un funcionario del poder judicial dejando a la familia propietaria sin la posibilidad de recuperar esa propiedad. En esta categoría también encaja los casos de nepotismo en donde no hay una pérdida cierta para el bienestar general pero sí para una tercera persona que, aun cumpliendo los requisitos necesarios, se queda sin el puesto. Y el puesto sin la persona idónea.

3. Aquella sin pérdida para nadie en concreto, ni el bien común: sucede sólo cuando se le otorga un beneficio ‘extra’ a un funcionario por cumplir con su deber de la manera adecuada. Por ejemplo, en muchas instituciones para que una licencia de funcionamiento de un banco o una licencia de exportación a cierta empresa demora meses, a no ser que la persona involucrada le de un pequeño beneficio monetario a un determinado funcionario. La persona o empresa que da el soborno no pierde mucho. Pero el funcionario obtuvo algún beneficio.

Una experiencia y reflexión personal

Como parte del trabajo del que escribe estas líneas en la Academia Internacional Anti-Corrupción (IACA, por sus siglas en inglés) participé en la realización de un programa de formación sobre la legalidad internacional contra la corrupción en Kuwait dirigido a funcionarios de Oriente Medio. Este país es uno entre los más de 70 estados parte de la academia, así que el Estado kuwaití solicitó y financió este programa de formación de forma legal y como lo haría cualquier otro Estado miembro.


Ya dentro de IACA, entre los practicantes (de procedencia europea en su totalidad) me aseguré que existiera una misma inquietud: ¿qué tipo de corrupción queremos enfrentar en un país gobernado por una dinastía sanguinaria y autoritaria, donde las mujeres acababan de ganar su derecho a solicitar pasaporte o donde los inmigrantes trabajan en situación de semiesclavitud? Mis pares estaban de acuerdo. Con esto claro, empezamos a sondear a nuestros superiores, de cómo era posible y qué resultados se esperaban de un curso así en un lugar como aquel.

A priori, supuse, se trataría de una medida que contribuya tanto a lavar la cara al régimen, como de recordar a los funcionarios de cierto departamento del ministerio de salud, que los recursos públicos debían ser gastados eficientemente. Pero nuestros superiores directos tampoco lo entendían y, aunque lo expresaban menos, tenían las mismas dudas. Al día siguiente, nuestros superiores resolvieron el tema con que era un mandato de IACA organizar un taller allí donde el Estado parte lo solicitase (previo abono de una elevada suma de dinero).

Tanto el embajador en la sede de IACA en Viena como un alto funcionario kuwaití se comprometieron a seguir luchando contra la corrupción caiga quien caiga. IACA (y supongo que yo en algún grado) contribuimos a legitimar al régimen frente a su pueblo y frente a organismos internacionales.

Esto, que sucede en las antípodas del país donde nací y resido ahora, no es tan ajeno. El discurso contra la corrupción en América Latina ha servido para algo parecido. En los ’90, este discurso, de acuerdo a Josep Fontana, dentro de un contexto de privatización de empresas públicas promovido por los EE.UU., sirvió para destruir el Estado y debilitar su papel en la garantía de los derechos sociales. Hoy, este discurso sigue dejando al Estado como ineficiente y la “corrupción” o “lo corrupto” siguen sirviendo de acusación entre distintos políticos de distinto signo ideológico para deslegitimar a unos frente a los otros sin abordar algunos problemas estructurales que siguen manteniendo y atenuando una distribución de la riqueza muy asimétrica. Y es que, cuando la motivación principal de la lucha contra la corrupción* deja de ser la búsqueda del bienestar general, es probable que el bienestar de un individuo o grupo sea la motivación que hay detrás.

*La corrupción se puede definir de tres maneras, como delito (UNCAC: uso de un poder público para beneficio de un particular o una facción), como fenómeno político (Gramsci: entre el consenso y la fuerza, aparece la corrupción) y  como discurso (para deslegitimar la labor del Estado).

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Andy Philipps Zeballos

Migrante, politólogo y mestizo ch'ixi. Seremos millones.


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