Durante las últimas semanas mucho se ha escrito sobre la relación entre Arabia Saudí y el terrorismo. Han sido muchas las voces que han denunciado la relación directa entre los ataques en Europa y la financiación de ISIS por parte del reino saudí. Aunque se ha demostrado que el Estado del Golfo no financia al grupo armado, ello no es óbice para descartar la relación que existe entre el actual terrorismo de corte yihadista y el reino de los Saud.
Asimismo, muchas voces han establecido una relación directa entre la venta de armas al reino del desierto y las represalias, en forma de ataques terroristas, por dicho apoyo. Profundamente reprochable —y prohibida legalmente— como resulta la venta de armamento a un país que viola los derechos humanos dentro y fuera de su territorio, la realidad es que resultan dos temas de distinto calado. Aquí vamos a limitarnos a explicar algunos de los puntos que ilustran la relación del régimen saudí con el actual terrorismo de corte yihadista.
Vientre ideológico de la Yihad
A continuación, describiremos brevemente las ideologías que hoy en día alimentan el fenómeno llamado “yihadismo internacional”. Hay que diferenciar una serie de procesos que se han ido desarrollando desde el mismo nacimiento del Islam y que han enfrentado a las diferentes ramas del mismo.
Sin hacer un amplio repaso por la historia del desarrollo del pensamiento islámico, sí que resulta imprescindible detenerse en el surgimiento del salafismo. En numerosas ocasiones se comete el error de equiparar salafismo y yihadismo, pero lo cierto es que existen numerosas corrientes salafistas —histórica, wahabí, reformista, nacionalista, harakiya, conservadora y yihadista— que difieren entre ellas de manera sustancial. Sin embargo, todas aparecen unidas por la idea del retorno a los orígenes, esto es, a los piadosos antecesores —Salaf al-Saleh—. Aunque las diferencias doctrinales en muchos casos son difusas y permiten el paso de una corriente a otras, en este caso debemos prestar atención a los postulados del salafismo wahabí y del salafismo yihadista.
Del salafismo histórico, que pone sobre la mesa la obsesión por la identidad religiosa, se deriva el salafismo wahabí. Esta interpretación se basa en la idea de la unicidad de Dios y, por tanto, rechaza cualquier otra encarnación divina, así como cualquier interpretación del Corán y la Suna. Desde el punto de vista religioso, se puede considerar un “movimiento de reforma y purificación”, pero es una corriente respetuosa del orden y de la obediencia a la autoridad política. Esta corriente se caracteriza por haber dotado a la palabra salafismo de su sentido actual.
El salafismo yihadista llama a la confrontación abierta con el Estado, al que considera takfir (infiel) y al cual culpa de apostasía. Por tanto, esto legitima la realización de la yihad contra el régimen correspondiente, ya que viola otro de los principales postulados de esta corriente, como es Al Hakimiya, el gobierno de Alá.
Además, los salafistas yihadistas han amenazado al régimen saudí por considerarlo takfir, comenzando por el jordano Abu Mohammed Al-Maqdisi, el primer autor en calificar al régimen saudí de takfir y apóstata en su obra Al-kawashif al-jaliyyeh fi kufr al-aawleh al-saudiyyeh (La iluminadora evidencia de los impíos del Estado saudí). Así como el propio Osama Bin Laden, que señaló como infiel al reino por colaborar con Estados Unidos e Israel.
Sin embargo, el salafismo yihadista ha bebido de los postulados establecidos por el wahabismo, que promueven una visión del Islam intolerante y retrógrada. La expansión de esta corriente doctrinal constituye uno de los pilares de la política exterior saudí, especialmente tras la revolución iraní, para lograr influencia en el mundo islámico. A través de la financiación de numerosos centros de oración, de estudio y de libros de texto a lo largo de diferentes países, miles de jóvenes han crecido en una interpretación de su religión que deja poco lugar a la convivencia pacífica, la igualdad y el respeto por la diferencia.
Como señalaba un diplomático estadounidense tras el 11-S, “Si hubiese democracia en Arabia Saudí, Bin Laden habría sido un miembro radical del Parlamento, no se habría escondido en las montañas para amenazar los intereses de Estados Unidos”.
Apoyo financiero y militar
En un lado de la ecuación, se encuentran aquellos individuos que realizan donaciones a organizaciones de ideología yihadista y a la propia Al Qaeda. En este grupo se encuentran numerosos ciudadanos saudíes, incluyendo miembros de la familia real, que a través de distintas organizaciones de ayuda han financiado a Al Qaeda. Un ejemplo sería la organización de beneficencia al Haramain, que aparece mencionada en el informe de la investigación del Congreso estadounidense sobre el 11-S.
Como señala el experto en terrorismo Daniel Byman, de la Universidad de Georgetown: “Gran parte del apoyo saudí es llevado a cabo por actores no estatales. Esto no absuelve al gobierno saudí de su responsabilidad. Estos actores no estatales disfrutan de una amplia gama de relaciones con el régimen saudí. Algunos reciben patrocinio oficial. […] Otros son completamente privados, actuando con independencia del gobierno y en ocasiones en contraposición.”
En el segundo grupo se encuentran aquellos nacionales saudíes que han partido a hacer la yihad o llevado a cabo acciones terroristas en su propio país u en otros estados. Entre estos se encuentran 15 de los 19 terroristas que perpetraron los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, así como el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden y los más de 2.000 combatientes saudíes que militan en alguno de los grupos armados que luchan en Siria e Irak.
Por otro lado, está el Estado saudí. El propio rey Salman recaudó fondos para enviarlos a los muyahidines que luchaban en Afganistán, de donde salieron muchos de los yihadistas que han luchado después de nuevo en Afganistán, en Irak y en otros escenarios. Asimismo, Arabia Saudí apoyó desde los momentos iniciales de la guerra en Siria a distintos grupos rebeldes, especialmente a aquellos que comparten su antipatía por Daesh, muchos de ellos de carácter yihadista. Combatientes de estos grupos desertaron posteriormente para unirse a la organización de Al Baghdadi. Además, se ha producido compraventa de armas a terceros países que posteriormente han acabado en manos de grupos armados en Siria.
Finalmente, en Yemen, pese a presentarse como enemigo de la rama saudí de Al Qaeda —Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA)— lo cierto es que el territorio ha contribuido en gran medida a su auge. Arabia Saudí se ha aliado en el terreno con los islamistas de Islah y otros diversos grupos salafistas. Pero no sólo eso, sino que el establecimiento de los Hutíes como el único objetivo de la coalición saudí en Yemen ha otorgado carta blanca a AQPA para controlar territorios y ciudades, como Mukalla, y fortalecer sus lazos económicos y tribales. De hecho, como señala International Crisis Group, “AQPA arregló su salida de Mukalla en coordinación con las fuerzas aliadas de la coalición de forma previa al asalto por parte de los EAU y el gobierno yemení”.
Así pues, como deja claro un informe del Parlamento Europeo, “Arabia Saudí ha sido una fuente de financiación principal para grupos rebeldes y organizaciones terroristas desde los ’70. […] Desde la invasión de Afganistán por la Unión Soviética, Arabia Saudí y actores privados con base en el país —incluyendo acaudalados hombres de negocios, banqueros y organizaciones caritativas— han provisto asistencia financiera y de emergencia a comunidades musulmanas afectadas por calamidades o conflictos. Se estima que Arabia Saudí ha invertido más de 10.000 millones de dólares en promover su agenda wahhabita a través de fundaciones caritativas. […] Sin embargo, se cree que parte de este dinero destinado a actividades de caridad ha sido desviado hacia organizaciones terroristas y grupos rebeldes a lo largo de la región —se refiere a el subcontinente indio y sureste asiático— incluyendo Al Qaeda, la red Haqqani y Jemaah Islamiyah.”
Aunque Arabia Saudí no financie a Daesh, ello no es óbice para condenar la gravedad de toda otra serie de acciones promovidas por el Estado que han contribuido directa o indirectamente al auge de los grupos armados yihadistas en todo el globo.
Perversidad del orden internacional
A pesar de todo lo anterior, la posición de Arabia Saudí resulta muy ambigua. Por un lado, es uno de los grandes adalides de la lucha contra el terrorismo. Tras el 11-S, el reino saudí ha llevado a cabo enormes esfuerzos por desarrollar una política antiterrorista. En este sentido, ha desarrollado un marco legal que incorpora todos los instrumentos legales para la supresión de la financiación del terrorismo aprobados a nivel internacional. Sin embargo, su reforma de la ley antiterrorista en 2014 atenta contra los derechos de los ciudadanos al designar como actos terroristas dañar la reputación del Estado, el orden público o la promoción del ateísmo.
Así pues, continúa llevando a cabo las prácticas más arriba expuestas, con el consentimiento tácito de Occidente en muchos de los casos. De hecho, la legitimidad del reino saudí como socio en la lucha contra el terrorismo ha llegado hasta el extremo de enfrentarse con Qatar, bajo la acusación de “apoyo al terrorismo”, y con el apoyo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Pero, ¿y a ellos quién les pone el cascabel?
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
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