28/03/2024 MÉXICO

Medio siglo de guerra: Colombia y ELN buscan la paz

Guerrilleros de las FARC en Colombia [Foto vía BBC Mundo].
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El Ejército de Liberación Nacional (ELN) nació, en 1964, de la convergencia de dos ideas: la Revolución Cubana y la Teología de la Liberación. Desde entonces, se convirtió en la segunda guerrilla de Colombia. Ahora, después de medio siglo de guerra, el ELN se suma a un proceso de paz histórico que ha llevado al entendimiento entre el gobierno y las FARC. ¿Estamos ante la paz definitiva en Colombia?

Colombia tiene la democracia más antigua de América Latina. En una región acostumbrada a los regímenes militares y los golpes de Estado, su historia podría colocarla un escalón por encima del resto de países en cuanto a desarrollo institucional y cultura democrática. Sin embargo, no logró evitar el conflicto armado interno más duradero y sangriento que ha visto el continente.

En el siglo XIX y hasta los primeros años del XX se sucedieron niveles muy intensos de violencia que marcaron el porvenir de Colombia. Era un ambicioso enfrentamiento entre partidarios liberales y conservadores, una relación de fuerzas que alimentaría todos los conflictos del país a partir de entonces. La más profunda expresión del enfrentamiento conservador-liberal se desató a partir de 1948, con el asesinato del popular candidato liberal Jorge Eliécer Gaitán, que marcó el principio de una eterna guerra de más de medio siglo.

Guerrilleros del ELN en uno de sus asentamientos, Colombia [Foto vía BBC Mundo].

El nacimiento del movimiento guerrillero era simplemente inevitable, y es así como la etapa de “La Violencia”, guerra civil no declarada entre liberales y conservadores, dio origen a lo que luego se conoció como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC. Este lamentable período se extendió desde finales de los años ‘40 hasta casi la década de los ‘60. El enfrentamiento dejó una escandalosa e indeterminada cifra de víctimas —que se suele calcular entre 200.000 y 300.000—, además del desplazamiento forzoso de casi un cuarto de la población colombiana de entonces, que apenas superaba los diez millones de habitantes.

La segunda guerrilla histórica más importante de Colombia es el Ejército de Liberación Nacional, el ELN, nacida en 1964 de la convergencia de dos ideas: la Revolución Cubana y la Teología de la Liberación. Sus fundadores fueron un grupo de estudiantes colombianos becados para ir a Cuba, donde recibieron formación política y entrenamiento de guerrilla. Estos fundadores volvieron a los campos de Colombia, especialmente a las zonas petrolíferas, motivados por el entusiasmo revolucionario, y preparados para pelear contra la injusticia y el imperialismo de la época.

Es así como Colombia se partió en varios frentes, cada uno con sus ideas y visiones del “sueño colombiano”, que luego daría un lamentable giro hacia el narcotráfico, borrando para siempre lo que alguna vez fue la Colombia unida.


Haciendo un breve repaso histórico, desde hace casi 40 años, los diferentes presidentes han intentado, sin excepción, negociar acuerdos de paz y tan sólo hoy, después de más de medio siglo de guerra, Colombia está próxima a poner fin a la confrontación total. Haciendo cuentas, el del presidente Juan Manuel Santos sería el séptimo gobierno que intenta sacar adelante un proceso de paz con la segunda guerrilla más grande del país.

El primer gobierno que se decidió a concretar los primeros diálogos fue el de Belisario Betancur en la década de los ’80. En su administración reconoció a las guerrillas como interlocutoras legítimas y hacer la paz se constituyó en una prioridad de su mandato. No obstante, las dificultades que surgieron por la fuerte polarización política, sumada a la toma del Palacio de Justicia por el M-19 (Movimiento 19 de abril), dificultaron el ambiente para la concreción de un pacto de paz integral. De hecho, el ELN fue la guerrilla que menos acogió el proyecto político de Betancur.

A este intento lo siguieron los del presidente Virgilio Barco, cuyo modelo de paz se basó en el diálogo, la desmovilización y el desarme. En su gobierno nació la Consejería para la Paz, que hizo infructíferos acercamientos con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB), de la que formaban parte las FARC, el ELN, disidentes del EPL y el M-19. Con este último grupo hubo consenso para su desmovilización. Pero, de nuevo, los elenos no participaron en la construcción de una agenda conjunta. A principios de los ’90, con César Gaviria como nuevo presidente, se sacó adelante la Asamblea Constituyente, que permitió el desarme del EPL y otros grupos pequeños al margen de la ley, exceptuando a las FARC y el ELN. Con estas dos organizaciones se intentaron negociaciones en Venezuela y luego en México. Fue el proceso de paz de Tlaxcala, pero fracasó a raíz del secuestro del ex ministro Argelino Durán Quintero, quien falleció en cautiverio a causa de un ataque cardíaco.

Una de las múltiples movilizaciones por la paz en Bogotá, Colombia [Foto vía América Latina en movimiento].


Después de Tlaxcala vinieron los acercamientos con el entonces presidente, Ernesto Samper. La crisis de legitimidad por la que atravesó su gobierno, debido a los nexos de su campaña con el narcotráfico, derivó en que, en 1996, el ELN oficializara la “Propuesta urgente para Colombia”. Con ella, se habló de la importancia de la participación de la sociedad civil. Dos años más tarde, en España, se firmó un preacuerdo entre las partes y se avanzó en la convocatoria de una Convención Nacional. Pero el tiempo fue el principal factor que jugó en contra de dichos diálogos. Faltaba poco para que Samper dejara el cargo y el presidente electo, Andrés Pastrana, dio prioridad a las conversaciones con las FARC. Sin embargo, Pastrana adelantó varios encuentros con el ELN hasta el final de su mandato, en 2002.

El gobierno del ex presidente Álvaro Uribe también hizo lo propio con las guerrillas. Al inicio de su primer mandato, en 2002, emitió un comunicado anunciando su disposición para seguir en la búsqueda de un proceso de paz con el ELN. Al fin, los diálogos fueron un fracaso por varias razones, entre ellas la negativa de Uribe a reconocer el conflicto armado como tal.

Finalmente, en el intento número siete, el 4 de septiembre del 2017, por primera vez se anuncia el acuerdo de una tregua entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional, en vísperas de las esperadas negociaciones que comenzarán en Quito, Ecuador, el 1 de octubre y se extenderán por 102 días, hasta el 12 de enero de 2018.

Cada una de las partes asume una serie de compromisos durante el cese del fuego. El ELN se compromete a suspender los secuestros, atentados contra las infraestructuras del país (incluidos los oleoductos), reclutamiento de menores, y abstenerse de instalar artefactos explosivos. Por su parte, el gobierno fortalecerá el sistema de alertas tempranas para la protección de líderes sociales (que son víctimas de atentados y homicidios), implementará un programa humanitario para militantes del ELN encarcelados, y velará para que se aplique la ley que despenaliza varios tipos de protesta social.

No obstante, el ELN y el presidente Juan Manuel Santos, saben que el proceso no será nada fácil, con la participación, más que justa, de la sociedad en la mesa de negociaciones, en una guerra tan larga y complicada como la colombiana, en la que los actores se han entremezclado de tal manera que se han convertido en cómplices.

En la memoria de la opinión pública aún están frescos los desastres ambientales en ríos y humedales, y las miles de hectáreas de bosques, selvas y esteros inundados con el petróleo que fluía de las explosiones de los oleoductos, todo en nombre de la defensa de la soberanía de los recursos naturales. También está la fuerte crítica social que ha generado la práctica continua de secuestros como fuente de financiación. Y es que a causa de las dolorosas experiencias de la guerra, en las últimas tres décadas el secuestro ha pasado a ser el delito con mayor repudio social en Colombia.


Finalmente, en este proceso largo y complejo, el mayor reto al que deberá enfrentarse el país entero es la creciente polarización entre la sociedad colombiana, el gran número de personas que consideran que al “enemigo” se le debe vencer y que los diálogos de paz son una rendición ante los delincuentes. Se deben sanar las heridas del pasado, lo cual lleva tiempo, pero el entusiasmo de tantos colombianos que quieren alcanzar una paz que nunca han conocido, motiva a seguir adelante con las dos mesas que ahora componen este gran proceso. Comienza un nuevo capítulo de la historia colombiana, es el momento de la generación de la paz.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Kristina Golovina

Politóloga con especialización en Cooperación Internacional y Desarrollo, dentro de los ámbitos de investigación y análisis de temas sociales y humanitarios. Buenos Aires, Argentina


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