La crisis de Yemen ya está clasificada por la ONU como la mayor crisis humanitaria del mundo actual y otro caso flagrante de crisis olvidada. Yemen es un país colapsado después de más de dos años de conflicto, que sufre un bloqueo desde marzo de 2015, y cuya guerra es alimentada por tensiones internas y avivada por intereses de países externos, que buscan en ella satisfacer sus propios intereses, a costa de las vidas de millones de personas. Los datos son escalofriantes:
- Más de 20 millones de yemeníes (un 80% de la población total) necesitan asistencia humanitaria, entre ellos 3 millones de personas que se han visto obligadas a desplazarse de sus hogares por culpa de la violencia del conflicto.
- Niveles de pobreza sin precedentes, que lo han convertido en el país más pobre de Oriente Medio.
- 14 millones de personas pasan hambre (la mitad del país) y 7 millones necesitan asistencia alimentaria urgente. Además, más de 2’2 millones de niños y niñas están malnutridos, incluyendo medio millón que se encuentra en estado de desnutrición grave y en riesgo de muerte si no reciben tratamiento urgente.
- 14 millones de personas con acceso limitado a agua limpia, de entre los cuales 8 millones sufren extrema necesidad de ella.
- Niveles de violencia desproporcionados contra la población civil con ataques indiscriminados a estructuras civiles como escuelas, mercados y hospitales.
Abs, el reflejo de la situación actual de Yemen
He trabajado en Yemen durante 7 meses coordinando la intervención de Médicos Sin Fronteras en Abs, una localidad al noroeste de Yemen, en la provincia de Hajjah.
Abs es el perfecto reflejo de la realidad yemení actual: una zona cerca de las líneas de frente, a apenas unos kilómetros de la frontera con Arabia Saudí, con bombardeos constantes, un sistema gubernamental y de provisión de salud colapsado, niveles sin precedentes de pobreza y desnutrición y con centenares de miles de desplazados. Algunos nos cuentan que, después de huir de sus pueblos de origen, eligieron irse a zonas remotas, ya que identifican las zonas donde se proveen servicios como hospitales, fuentes de agua o escuelas como potenciales objetivos de las campañas militares. Sus condiciones de vida son deplorables.
Abs en particular, y Yemen, en general, son, pues, el caldo de cultivo perfecto para la propagación de epidemias. Picos enormes de malaria, casos de meningitis, epidemias de sarampión, e incluso casos de tos ferina —una epidemia que debería estar erradicada en cualquier país con mínimos niveles de provisión de atención médica. Por si fuera poco, actualmente nuestros equipos luchan contra una epidemia de cólera sin precedentes, con más de 300.000 infectados y más de 1.700 muertos
Desde julio de 2015, los equipos de MSF luchan y se juegan literalmente la vida para proveer servicios de salud a la población más vulnerable del área, a la que se han unido centenares de miles de personas desplazadas, que se han establecido alrededor de los campamentos. Familias que antes eran de clase media, que gozaban de una vida estable, con viviendas, trabajo, etc. llegaron a Abs sin nada. En muchas ocasiones ya se han desplazado junto a sus familias mas de dos y tres veces buscando cobijo de la guerra.
Un sistema de salud colapsado
El yemení es un sistema gubernamental colapsado, con cerca de 1’25 millones de funcionarios que no han cobrado salarios desde septiembre de 2016, instituciones disfuncionales o directamente cerradas. Menos de la mitad de las instalaciones médico-sanitarias del país se mantienen funcionales, pero sin medios, equipamiento, tratamientos básicos o personal cualificado. La razón de ello son, además del impago a los funcionarios públicos, los combates y bombardeos y las restricciones a las importaciones de medicamentos y equipamiento.
Millones de personas se ven privadas de tratamiento médico por culpa de dificultades para llegar a hospitales o centros de salud aún funcionales a causa de los combates, minas anti-persona o checkpoints. Muchos otros no pueden ni siquiera sufragar los costes de traer a un familiar al hospital. Algunos de nuestros pacientes nos explicaban que habían tenido que elegir entre traer a un familiar al hospital o dar de comer al resto de los miembros.
El acceso a centros médicos no es el único impacto de la guerra en el sistema de salud. En ese contexto, las campañas generales de vacunación se han visto interrumpidas, lo que ha impedido que centenares de miles de niños y niñas reciban tratamiento preventivo contra enfermedades mortales, algunas de las cuales llevaban en Yemen erradicadas hace años.
El miedo y la inseguridad, las armas más poderosas
La inseguridad y su impacto en los civiles es otra pieza clave del conflicto yemení. Los ataques a estructuras civiles han creado miedo en la población, lo que hace muy difícil la provisión de servicios básicos.
Nosotros mismos vemos los frutos de ese miedo cada día. MSF tuvo que evacuar a sus equipos debido a un bombardeo el 15 de agosto de 2016 a nuestro hospital en Abs, que mató a 19 personas (incluido un miembro de nuestro equipo) e hirió a medio centenar. Al volver para reconstruirlo, Abs era un hospital fantasma. Apenas una decena de consultas al día, gran parte de las infraestructuras aun en reconstrucción y, aún peor, una población aterrorizada, que no se atrevía a venir por miedo a morir en otro bombardeo. Cada vez que los aviones pasaban cerca, los pacientes huían despavoridos ante nuestros ojos. Madres que estaban siendo atendidas en la maternidad, huían corriendo al escuchar el ruido de aviones pasando por encima nuestro. También nuestro equipo seguía atemorizado después de sobrevivir a una experiencia tan traumática. Pero aunque algunos rechazaron volver a trabajar allí, la mayoría se unieron a nosotros y nuestros colegas del ministerio de salud pocas horas después de llegar al área. Tenían miedo, pero querían volver a reabrir el hospital después de tres meses sin dar servicios a centenares de miles de personas. Costó meses volver a recuperar la confianza de la población en nuestro hospital.
La inseguridad y el miedo, pues, afectan tanto a la población como a aquellos que proveen servicios y ayuda. Casi ninguna organización puede operar en contextos con estos niveles de inseguridad, por lo que la provisión de ayuda tan básica como los tratamientos de tipo nutricional o distribuciones de comida y agua son irregulares y erráticos. Cuando suceden, las organizaciones humanitarias tienen una capacidad muy limitada para supervisar su implementación, ya que se hace a través de organizaciones y redes locales con capacidad limitada o contratistas privados, lo que lleva a que tengan un impacto limitado o inexistente.
La necesidad de una solución política, no sólo humanitaria
Yemen no es sólo una crisis humanitaria de tamaño histórico. Es, una vez más, el resultado de la falta de una solución política a un conflicto que se vuelve más brutal cada día. Las organizaciones humanitarias, como siempre, tan sólo son una solución temporal, un vendaje para parar la hemorragia. Los bandos en conflicto, con el apoyo de Naciones Unidas, son quien deben negociar para alcanzar una paz duradera que dé paso a la reconstrucción del país. Mientras se llega a esa solución, como mínimo, todos los actores deben asegurar el respeto al Derecho Internacional Humanitario, dejando que las organizaciones humanitarias puedan trabajar con independencia, neutralidad y de forma segura para atender las necesidades de la población.
Hasta que el mundo no preste atención a Yemen y presione a los actores en conflicto para iniciar un proceso de paz creíble, Yemen seguirá colapsado, presa de epidemias, pobreza y muerte, la población yemení seguirá cautiva del miedo y sin un futuro en el que poder confiar.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
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