28/03/2024 MÉXICO

¿Por qué fueron creadas las Fuerzas de Autodefensa japonesas?
Cadetes de las Fuerzas de Autodefensa japonesas [Fuente: Lance Cpl. Richard Blumenstein vía Wikimedia Commons]

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Esta decisión supone el inicio de un proceso que significará un importantísimo hito en la historia contemporánea japonesa y, por extensión, para toda la gran área geopolítica del Asia-Pacífico.

Cada mes de diciembre es tradición en Japón celebrar una ceremonia en el templo budista de Kiyomizudera, en Kyoto, donde se vota un kanji que simbolice lo más importante acontecido durante el año. El kanji elegido este 2015 ha sido 安. Se puede leer “an” o “yasu” y significa seguridad o paz.

La elección de este kanji es consecuencia de la aprobación el pasado julio de la reforma del artículo 9 de la Constitución nipona que permitirá que las Fuerzas de Autodefensa japonesas puedan participar, por primera vez desde la II Guerra Mundial, en operaciones en el extranjero sin tener que contar con el mandato expreso de las Naciones Unidas o con el beneplácito de los EEUU.

Templo budista de Kiyomizudera [Foto: Oilstreet vía Wikimedia Commons]

Esta decisión supone el inicio de un proceso que significará un importantísimo hito en la historia contemporánea japonesa y, por extensión, para toda la gran área geopolítica del Asia-Pacífico.

Contexto histórico previo a la Segunda Guerra Mundial

El Imperio de Japón, junto con la Alemania nazi y la Italia fascista, formó la Alianza del Eje el 27 de septiembre de 1940 “reconociendo y respetando el liderazgo de Alemania e Italia en el establecimiento de un nuevo orden en Europa y de Japón en la Gran Asia Oriental”. Esta alianza estaba basada en el anticomunismo y en la insatisfacción con el orden mundial instaurado después de la I Guerra Mundial. En las fuerzas opuestas, en el grupo de los Aliados, se encontraban Francia, Reino Unido y, posteriormente, los EEUU y la Unión Soviética, entre otros.

Japón, además de formar parte del eje Berlín-Roma-Tokio, se encontraba ya en guerra desde 1937 con la República de China, en la Segunda Guerra sino-japonesa. Las causas de este conflicto armado se remontaban no sólo a las tensiones sin resolver de la primera guerra entre estas dos naciones, sino también al Tratado de Versalles de 1919 que, a pesar de no satisfacer por completo los deseos del Imperio de Japón, sí le otorgaron muchos privilegios comerciales en China, lo que originó lógicamente un sentimiento antijaponés en el país vecino. Además, también la figura de Ikki Kita, líder japonés cuya ideología combinaba el socialismo con el imperialismo, fue decisiva para que muchos jóvenes se alistaran en las Fuerzas Armadas japonesas con la idea de expandir a Japón como imperio, en una época en la que la calidad de vida de los japoneses fue empeorando debido a una ola de desempleo y a un gran aumento de la población.


A pesar de las victorias de los japoneses en China -como la invasión de Manchuria que desembocó en la salida de Japón de la Liga de las Naciones- los chinos mostraron una gran resistencia ante los nipones. Estos se vieron obligados a avanzar por territorios controlados por la Unión Soviética, las naciones europeas y, finalmente, por los EEUU, que impuso un embargo económico al país nipón. Esta decisión por parte del gobierno americano fue uno de los principales motivos por los que la Armada Imperial Japonesa, sin previa declaración de guerra, atacó la base naval de los EEUU en Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Al día siguiente de esta ofensiva militar, el presidente Roosevelt, que aseguró que esa “fecha perviviría en la infamia”, declaró la guerra a Japón, lo que supuso también la entrada formal de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial y la posterior derrota de Japón. Roosevelt aseguró:

Siempre recordaremos el carácter de la embestida contra nosotros. No importa cuánto nos pueda tomar el superar esta premeditada invasión, el pueblo estadounidense en su virtuoso poder, vencerá y logrará la absoluta victoria. Creo interpretar el deseo del Congreso y del pueblo, cuando aseguro que no sólo nos defenderemos hasta lo imposible, sino que nos aseguraremos que esta forma de traición nunca más nos amenace nuevamente”.

Rendición de Japón

Las bombas atómicas “Little Boy” sobre Hiroshima y “Fat Man” sobre Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto respectivamente, constituyeron los verdaderos y definitivos argumentos para obligar, el 2 de septiembre, a la firma de la rendición incondicional de Japón, que invocó el espíritu y la letra de lo proclamado en la Conferencia de Potsdam el 26 de julio de 1945, donde se debatieron los términos del ultimátum a Japón: “La autoridad e influencia de aquellos que engañaron al pueblo japonés y condujeron a intentar una empresa de conquista mundial deberán ser para siempre eliminadas, ya que afirmamos no ser posible instaurar un nuevo orden de paz, de seguridad y de justicia, en tanto el militarismo irresponsable no sea barrido del mundo… Las fuerzas japonesas serán completamente desarmadas y sus efectivos autorizados a regresar a sus hogares, donde podrán llevar una vida pacífica y productiva”.

Bomba atómico sobre Hiroshima [Foto: 509th Operations Group vía Wikimedia Commons]


Después de la capitulación, el general estadounidense Douglas MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el Frente del Pacífico Sur durante la II Guerra Mundial (SCAP), expresó la necesidad al Gobierno de Japón de reformar la Constitución vigente desde la Restauración Meiji en 1868. Las reformas constitucionales fueron presentadas de forma que se evitara una ruptura brutal con las tradiciones y se produjera un cambio absoluto en el sistema político. Pero, realmente, se trataba de un giro copernicano, ya que la soberanía imperial era claramente sustituida por la soberanía popular.


Por ello, bajo los principios de esta constitución, los políticos japoneses redactaron dos borradores, uno de tinte conservador y otro liberal que, sin embargo, no convencieron al General MacArthur. El general, personalmente, redactó tres puntos que debían ser incorporados según el criterio de Washington. Estos eran: la figura del Emperador como jefe de estado, la desaparición del sistema feudal en Japón y, por último, “la abolición de la guerra como un derecho soberano de la nación”.

Japón renunciaría así a la guerra “como instrumento para resolver las disputas e incluso para preservar su propia seguridad”, basándose claramente en el Tratado de Renuncia a la Guerra firmado en París en 1928, más conocido como el Pacto Briand-Kellogg. Además, el tercer imperativo también establecia que “jamás se autorizaría la creación de un ejército, armada o fuerza aérea japonesa y no se concedería ningún derecho de beligerancia a ninguna fuerza japonesa”. Esto ciertamente significaba una firme e inédita ruptura con los 50 años de la historia anterior de Japón, en los que habían prevalecido un desbocado militarismo y un insaciable expansionismo en toda el Asia Oriental.

Los historiadores y analistas no han determinado con exactitud el autor intelectual de la idea de que Japón renunciara a contar con un ejército propio, es decir, a declinar el derecho de legítima defensa que el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas le otorga a cada uno de los Estados que componen dicho Organismo con aspiraciones de gobernanza mundial. Sin embargo, no existen dudas de que las tres exigencias anteriormente enumeradas constaban en el borrador que, conocido como las Notas de MacArthur, los Estados Unidos le presentaron al Gobierno japonés.

El Ministro de Exteriores, Mamoru Shigemitsu, firma el acuerdo de rendición. Imagen: Tommy Japan Flickr.


En opinión del profesor Kenzo Takayanagi, el general MacArthur quedó bastante asombrado por la firme convicción del Primer Ministro Yoshida de que “en la Era Atómica, la supervivencia de la humanidad debería tener prioridad sobre cualquier otra estrategia nacional y, por ello, todas las naciones deberían seguir este principio de renuncia a la guerra, si querían sobrevivir”. Porque, quizá, el propio MacArthur habría dudado acerca de esta propuesta pensando en la política exterior de los EEUU en Asia Oriental. En todo caso, fue el Primer Ministro Yoshida quien se encargaría de defender ante la Dieta Nacional (parlamento japonés) la más absoluta renuncia de Japón a su derecho a la guerra, para disipar así, hacia dentro y hacia afuera de sus fronteras, todo temor o sospecha sobre el militarismo japonés en el futuro.


Por otro lado, lo que también parece claro es que el general estaba convencido de que convenía salvar la figura del Emperador para que siguiera siendo el símbolo de unión para todos los japoneses y, por tanto, de estabilidad interna y de beneficiosa cooperación con los EEUU ante el comunismo. Por ello, impuso su visión ante las Fuerzas Aliadas de no llevar al emperador Hirohito ante el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente, donde se llevaron a cabo los juicios de Tokio (equivalentes a los Juicios de Núremberg contra los nazis en Europa), y salvarlo así de la pena capital por crímenes de guerra.

Artículo 9 de la Constitución

Finalmente, la Constitución fue promulgada en noviembre de 1946 y entró en vigor en mayo de 1947, bajo el Gobierno Yoshida y la sanción del emperador. Sin embargo, antes de su aprobación, varias enmiendas fueron aceptadas al Artículo 9, en referencia a las fuerzas de seguridad, entre las que destaca la supresión, al hablar de la guerra y del uso de la fuerza, de “incluso para preservar su propia seguridad”. A pesar de esta modificación, la interpretación oficial del Gobierno Japonés, y la que se enseñaba en las facultades de Derecho, era que “Japón conservaba el derecho de auto- defensa nacional amparado por las leyes internacionales, pero no podía pagar o mantener una fuerza militar, ni siquiera para el propósito de la auto-defensa nacional”.

Japón se declaraba así, en 1946, un país totalmente desarmado, tanto para iniciar una agresión contra otro país, como para repeler una hipotética agresión del exterior; esta última responsabilidad de defensa recaería en alguno de los países aliados vencedores y, en definitiva, en los Estados Unidos, que fueron las únicas fuerzas ocupantes en el país nipón, a diferencia de lo que ocurrió en Alemania.

Creación de las Fuerzas de Autodefensa

Sin embargo, el rápido comienzo inmediatamente después de terminada la II Guerra Mundial de la llamada Guerra Fría, con la división del planeta en dos grandes bloques ideológicos fuertemente antagónicos y con idéntico afán de disputarse la supremacía en cada palmo de terreno, hizo variar todas las tácticas y estrategias geopolíticas en función de los distintos conflictos y cambiantes intereses que se producían en el nuevo ajedrez internacional.

Fuerzas de Autodefensa japonesas [Foto: US Army vía Wikimedia Commons]


Cuando, en 1950, estalló la Guerra de Corea -territorio anteriormente ocupado por Japón desde 1910 y ahora ocupado, al norte y al sur del paralelo 38, por soviéticos y estadounidenses, respectivamente-, todo el potencial de Japón comenzó a interesar más a los Estados Unidos como país aliado que como país vencido y humillado, pues los norteamericanos se vieron obligados a centrar toda su atención en contener el empuje del bloque comunista (chinos y soviéticos) que, por cierto, habían cercenado importantes zonas de territorio japonés, como, sólo a título de ejemplo, las islas Kuriles y de Sajalín, independientemente de los desalojos de otros territorios como Indochina (Vietnam), Filipinas, Manchuria o Formosa-Taiwán.

Por eso, es perfectamente explicable que Estados Unidos no pusiera ninguna objeción, sino que viera como un alivio en sus obligaciones que, en 1954, Japón decidiera impulsar la creación, con gran controversia constitucional interna y con alguna sorpresa en el exterior, de las llamadas Fuerzas de Autodefensa, que, de una u otra forma, se constituían, de facto, en las Fuerzas Armadas de Japón.

En este aspecto, internacionalmente nadie podía objetar absolutamente nada, pues se respetaba escrupulosamente todo lo estipulado en el Artículo 5 del Tratado de Paz que las Potencias Aliadas y el Japón firmaron el 8 de septiembre de 1951 en San Francisco: “…c) Las Potencias Aliadas, por su parte, reconocen que el Japón, como nación soberana, posee el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, a que se refiere el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas y que el Japón puede voluntariamente concertar arreglos de seguridad colectiva”.

Así es como Japón, siempre previa autorización de los EEUU, ha podido participar en operaciones internacionales de mantenimiento de paz como en la Guerra del Golfo de 1991 o incluso en la guerra de Irak en 2004.

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Alejandra O. Almarcha

(Alicante, España) Estudiante de Derecho en la Universidad de Alicante. Fue estudiante Erasmus durante un año en la Universidad LUISS Guido Carli de Roma y cursó un semestre en la Ritsumeikan University de Kyoto, Japón. Con vocación por las Relaciones Internacionales y el Desarrollo Internacional, fue becaria en la NATO Defense College de Roma y actualmente es activista en Amnistía Internacional.


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