28/03/2024 MÉXICO

Argelia espera su primavera
Manifestaciones reprimidas en 2011 en Argelia [Fuente: Magharebia vía Flickr]

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Sostenido como una marioneta por el ejército, los servicios de seguridad y parte del poder económico, el presidente Bouteflika se encuentra ahora en su cuarto mandato al frente de un régimen que superó la Primavera Árabe de 2011 prometiendo unas reformas que aún no se han materializado.

En un reciente viaje a Argelia, François Hollande afirmó que había visto al presidente argelino en plenas facultades. Sus palabras parecían pura ironía al lado de un Bouteflika ausente, rígido y con la mirada perdida que parecía afirmar todo lo contrario. Enfermo desde hace varios años, ganó las últimas elecciones presidenciales en abril del 2014. Sostenido como una marioneta por el ejército, los servicios de seguridad y parte del poder económico, el presidente se encuentra ahora en su cuarto mandato al frente de un régimen que superó la Primavera Árabe de 2011 prometiendo unas reformas que aún no se han materializado.

El FLN en el poder desde 1962

El actual régimen argelino nació después de la guerra de independencia contra Francia, que durante más de un siglo consideró este país magrebí como un departamento más. Aunque Argelia era considerada una parte administrativa del territorio francés, no sucedía lo mismo con sus habitantes. Sometidos a un régimen de exclusión, los argelinos eran considerados como sujetos –que no ciudadanos- franceses. El acceso a la ciudadanía y a los derechos civiles y políticos quedaba reservado para aquellos que renunciasen a su condición de musulmanes. Esta política, alimentada por la metrópoli durante décadas, condujo a una cruenta guerra a mediados de los años cincuenta, concluyendo con la independencia del país en 1962.

El núcleo del movimiento independentista y de la resistencia contra los franceses lo integraba el Frente de Liberación Nacional (FLN), el mismo partido que aún hoy detenta el poder. Portador del nacionalismo árabe imperante en aquella época en toda la región, el FLN instauró un régimen de partido único y desarrolló durante los primeros años una política de carácter socializante. Con el paso del tiempo, el FLN abandonó parte de esas políticas, apostando por una progresiva liberalización de la economía, aunque reservando el control de los recursos naturales –principalmente el gas- por parte del aparato del Estado.

Retrato de Bouteflika [Foto: Thierry Ehrmann vía Flickr]

En el terreno político, el régimen ha promovido a lo largo del tiempo diversas fases de apertura, casi siempre amputadas y mal terminadas. La más importante se produjo a finales de los años ochenta, cuando se convocaron las primeras elecciones legislativas realmente competitivas. La experiencia acabó con la intervención del ejército entre las dos vueltas de los comicios. La fuerza con la que salieron los islamistas en la primera vuelta preconizaba su victoria en el segundo turno, llevando el aparato del Estado a abortar el experimento democrático.

Lo que sucedió a continuación fue una suerte de guerra civil no declarada. La década de los noventa, rebautizada como decenio negro, se saldó con unos 150.000 muertos. Las partes contendientes, los islamistas por un lado y el ejército y los servicios secretos por el otro, entraron en una macabra espiral de violencia. El recuerdo de esa época pesa aún en la conciencia de los argelinos, lo que el régimen utiliza con audacia para propagar el discurso del miedo y justificar la limitación de libertades y la ausencia de reformas políticas.


La llegada de Abdelazziz Bouteflika a la presidencia coincidió con la pacificación del país y la consolidación del régimen, esa alianza entre el aparato del FLN, el ejército y los servicios secretos. En 1999, Bouteflika “ganó” sus primeras elecciones sin contrincantes, en pro de esa unidad nacional que debía superar el decenio negro. En 2004 y en 2009 rondó el 90% de los votos y en 2014, el 80%; en las tres ocasiones frente a competidores teóricamente libres, integrantes de formaciones políticas complacientes con el régimen que ofrecen una apariencia de concurrencia partidaria.

La era Bouteflika se ha caracterizado principalmente por la pacificación del país y por un crecimiento económico fruto de las reservas de hidrocarburos.

Pero este crecimiento no se distribuye de manera equitativa y sirve, principalmente, para nutrir al régimen y los poderes del Estado de una renta que les permite comprar la paz social. Esta es una de las explicaciones que autores y especialistas arguyen para explicar la ausencia de una primavera árabe en Argelia.

Reformas que no llegan nunca

Pero en realidad, en enero del 2011, cuando las movilizaciones tumbaban los regímenes de Egipto y Túnez, en Argelia también se convocaron protestas callejeras. Prohibidas y controladas por la policía, las protestas no cuajaron y reunieron en Argel apenas dos mil personas. Para atajar una extensión de la movilización, el gobierno reaccionó entonces controlando el precio de algunos productos básicos, subvencionando viviendas de protección oficial y subiendo el salario mínimo. Fue pues, la renta de los recursos naturales, lo que permitió al régimen acallar una posible rebelión.

Imagen del “decenio negro” [Foto: Saber68 vía Wikimedia Commons]


El periodista Ignacio Cembrero señalaba las enormes arcas del Estado como la principal diferencia con sus países vecinos. Pero añadía el miedo como uno de los factores determinantes para la desmovilización de la sociedad: el miedo a la violencia y el recuerdo del decenio negro. Bouteflika y la otra cara del régimen, los militares, se han presentado siempre ante la población, pero también ante el extranjero, como los únicos garantes de la paz y la estabilidad en el país. Cabría señalar, además, la división dentro de la oposición. Principalmente entre laicos e islamistas, pero también con el Frente de Fuerzas Socialistas, partido histórico de la oposición, bien asentado entre la población urbana y de la Cabilia (territorio bereber), que finalmente decidió participar del sistema, presentándose a las elecciones legislativas del 2012.

A pesar de la debilidad de la oposición y la desmovilización, el régimen es consciente que debe afrontar reformas. Principalmente, ante el peso demográfico de la juventud, que representa prácticamente la mitad de la población, así como su precaria situación social. Un factor que puede ser clave a la hora de detonar, o no, una revuelta. Con las elecciones legislativas del año 2012, Bouteflika nombró un nuevo primer ministro bajo la promesa de impulsar reformas políticas e institucionales. A día de hoy, y con unas elecciones presidenciales de por medio, esos cambios siguen sin materializarse.

Revueltas el Argelia en 2006 [Foto: Magharebia vía Flickr]

La abstención récord, del 50%, que se registró en los comicios presidenciales del año pasado puede ser una buena muestra del hartazgo de la población ante tantas promesas incumplidas. Pero a pesar de que una movilización de la talla de las revueltas egipcia y tunecina no cala en Argelia, es cierto que existen grupos de activistas que no se cansan de denunciar la baja calidad de las libertades políticas y la parálisis del régimen a la hora de afrontar reformas aperturistas. En este sentido, la última campaña electoral no estuvo exenta de tensiones y grupos de jóvenes como Barakat protagonizaron varios actos de protesta para denunciar un cuarto mandato de Bouteflika y pedir el boicot a unas elecciones que no consideraban del todo limpias. Protestas, todas ellas, prohibidas por una ley elaborada en 1991 bajo estado de emergencia y en pleno decenio negro que autoriza a las fuerzas de seguridad a no permitir este tipo de manifestaciones.

Así pues, son varias las razones que podrían explicar la ausencia de una Primavera Árabe en el país, como las rentas de los recursos naturales y el recuerdo del decenio negro. Pero ya en el cuarto mandato de Bouteflika, el régimen no puede esperar mucho más para acometer las reformas que promete desde hace años. Seguramente, la mala salud del presidente acelerará el debate sobre su sucesión y, con ella, la necesidad de una nueva organización política e institucional que dé cabida a nuevos actores y, sobretodo, limite el amplio poder en la sombra militares y servicios secretos.   


Esta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Victor Albert

Barcelona. Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona. Estudiante de Máster en Relaciones Euromediterraneas en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y en la Universidad París 8 - Saint Denis. Interesado en las relaciones internacionales y en las políticas públicas dirigidas a la población juvenil.


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