28/03/2024 MÉXICO

El TTIP o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba

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La fluorización de nuestros preciados fluidos corporales, la más grave amenaza comunista de todos los tiempos” argüía el general Ripper, mientras se fumaba un puro y bebía un vaso de agua de lluvia con hielo, en el cenit de su cordura y locuacidad, ante un descolocado Capitan Mandrake en Dr. Strangelove, uno de los relatos más esclarecedores de la guerra fría…


Como la esperanza será lo último que perderé, perfectamente podría encontrarme dentro de unos años contemplando una visión de Kubrick sobre una proyección retrospectiva de los efectos que tuvo el TTIP en los campos de batalla europeos.

Lo cierto es que a pie de calle, según una encuesta que he realizado, poca gente sabe lo que es el TTIP, lo cual choca con la aplastante lógica de que es aquello que va a tener una mayor repercusión sobre cuestiones como la economía, la sanidad, la alimentación, la salud, la política, la justicia y, al fin y al cabo, sobre la práctica totalidad de nuestra realidad cotidiana y mundana. A más de un pensador crítico neo-cartesiano le sonará a la clásica teoría de la conspiración de investigación friki-perroflauta, antítesis del principio de parsimonia o navaja de Ockham.

Esta conspiración judeo-masónica tiene todos los ingredientes de éxito de ventas: Una trama oscura con forma de acuerdo comercial que afecta a cientos de millones de personas a ambos lados del Atlántico, su negociación se realiza en secreto, sus consecuencias alcanzan a todos los niveles de la sociedad, la economía, la política… las filtraciones son continuas alimentando el cotilleo, entonces… ¿por qué en la calle no se habla de ello?

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Tras sesudas reflexiones llego a la siguiente conclusión: Porque apenas sale en la tele o en la portada de los prestigiosos tabloides de nuestro país. Aunque, afortunadamente, parece que esto está cambiando, incluso nuestro monarca, su graciosa Majestad el Rey Felipe VI, ha hablado sobre el TTIP en su discurso ante el Cuerpo Diplomático, ratificando su apoyo por sus virtudes, ratificándome definitivamente a su vez, partidario de la republica.

Pero vamos a ver, ¿qué es el TTIP?: El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, como su propio nombre indica es un tratado que pretende establecer un supuesto acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE, formando el mayor mercado del mundo. Esto a priori no suena mal, más comercio, más riqueza ergo todos más opulentos, gordos  y contentos, ¿no? Si, pero como dijo el Señor Lobo, no nos chupemos las piruletas todavía.

¿Pero, qué es el libre comercio y la libertad de mercado en nuestro mundo globalizado?

Primero debemos hacer una reflexión sobre el propio concepto de Acuerdo de Libre Comercio: es, como dirían los anglosajones, un fake. Una engañifa digamos, como el concepto de la libertad de mercado en términos reales. Cualquiera diría que EEUU es un adalid de la libertad de mercado y no hay nada más lejos de la realidad. Es el clásico lo tuyo es mío y lo mío ya veremos… ya que su gobierno ha sido uno de los mayores distorsionadores del mercado a través de los famosos fondos del Pentágono, de las subvenciones para proteger su industria o de la utilización de sus servicios de inteligencia para favorecer a sus empresas en proyectos, concursos y licitaciones internacionales.


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En virtud de los acuerdos firmados en el GATT (siglas en inglés del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y posteriormente en la OMC (Organización Mundial del Comercio) de forma multilateral, elevar medidas proteccionistas en un mundo globalizado va contra la libertad de mercado, así que como no podemos subir aranceles de importación a los productos que queremos proteger en nuestra industria interna, subvencionamos. Cristalino ejemplo es el del sector agrícola. Europa y EEUU invierten miles de millones en subvencionar producciones absolutamente ineficientes a nivel global si lo contemplamos en el marco de libre competencia que tanto laureamos. Sus efectos son claros: Agricultores que no podrían vender su producción por no ser competitivos, lo pueden hacer gracias a las subvenciones. Pero, si ellos venden, alguien dejara de vender ¿no?

Efectivamente, millones de pobres agricultores africanos, indios, sarracenos y aborígenes que antes podían vender su producción, ya no podrán, por lo que se la pueden comer ellos mismos y así crecer grandes y fuertes. Agricultores colombianos que antes cultivaban café ahora se dedican a la coca que sí pueden vender. Mientras occidente, en un acto de desinterés y buena fe cristiana, vende productos básicos baratos como el arroz o el maíz a mercados del sur para evitar que se mueran de hambre los pobres, haciendo que sus cosechas no puedan competir, que abandonen sus tierras, avance la desertización y aumente la migración del campo a las ciudades, la mayor que tiene lugar hoy en día en el mundo, donde todo un crisol de deliciosas oportunidades esperan a estos incautos campesinos en sus suburbios y lujosos barrios de chabolas, mientras la luz del ocaso se derrama sobre el skyline de amianto.

La OMC es una institución cuyo propósito es que el comercio fluya con la mayor libertad posible, sin embargo, como en la ONU, el Banco Mundial o cualquier otra organización internacional y multilateral, hay países que mandan y países que obedecen. El clásico “lo que decimos se hace” que decía Chomsky. Aquí vemos un enfrentamiento entre el norte y el sur, entre países ricos y pobres, industrializados y en desarrollo, los que mandan y los que obedecen.

El bloque rico le dice al pobre:

– “La libertad de comercio es palabra de Dios y es fundamental para que todos nos hagamos ricos y haya gran regocijo, por lo tanto, debes eliminar tus aranceles a nuestros productos manufacturados”.

Entonces el bloque pobre responde:

– “Chachi que sí, pero claro gran jefe blanco, entonces tu tienes que eliminar tus aranceles a nuestros productos agrícolas, ¿no?

–“Nooooo, a ver si tu entender pequeño salvaje bantú…” y así llevan negociando desde el 2001 en la llamada ronda de Doha, aunque no es difícil aventurar quien gana al final.

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Metamos un poco mano a la historia y veamos si siempre son positivos este tipo de acuerdos en pro del enriquecimiento mutuo y del buen rollito vecinal: 


– NAFTA: Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio que estableció un área sin fronteras comerciales entre Canadá, EEUU y México. Salinas de Gortari, a la sazón presidente de México en el 92, momento de la firma, se cubrió de gloria. Algunos de los efectos que tuvo el acuerdo fueron el desmantelamiento de la producción de EEUU que se trasladó a México por cuatro duros, la desmovilización sindical en México, el abandono de los campos por su incapacidad de competir, la entrada de productos transgénicos, perdida de diversidad biológica, aumento de privatizaciones, venta de empresas, etc. ¿Tuvo efectos positivos? Por supuesto, algunos hicieron más pasta que Mobutu, sin embargo la gran mayoría de la población en México y también en EEUU y Canadá, se vio perjudicada.

– Las Guerras del Opio: En siglo XIX, cuando el British Empire le daba a la producción de la amapola cosa fina en la India, su patio trasero, vio en China un mercado espectacular lleno de chinos, pero China tenía aranceles de importación al opio Indio, porque dijeron, “Escucha lechoso, aquí ya tenemos nuestra propia mierda, calidad, mentiendes?” pero los ingleses que eran muy cucos y ganaron la guerra, disparando como William Munny contra todo aquello que se moviera y tuviera vida, invitaron amablemente a los chinos a firmar los Tratados Desiguales, desarmar barreras al comercio y así, la reina Victoria, se convirtió orgullosamente en la mayor narcotraficante de nuestra pequeña aldea global.

– El Imperio Británico con los EEUU: Hay quien dice (yo lo sé de oídas) que tras la independencia de los estates, los británicos intentaron firmar acuerdos de libre comercio con los americanos, pero estos dijeron “Yes yes, that if you want rice Catalaina…” y rehusaron cortésmente. ¿Por qué? Si el libre comercio contribuye al desarrollo comercial, expansión económica y demás bienaventuranzas, ¿no? Porque independientemente de los efectos habituales para las partes en un tratado entre iguales, desde luego si una economía es más débil que la contraparte, como era el caso evidente, ésta generalmente va a ser más vulnerable y saldrá perjudicada.

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Las consecuencias del TTIP

Dado el riguroso contenido científico de este artículo de investigación, me voy a permitir aventurarme a describir los efectos del TTIP basándome en información filtrada en diferentes medios y soportes, en mi preclara intuición estadística y econométrica,  y en los susurros de las sibilas los sábados por la noche:

  • El ISDS (Investor-State Dispute Settlement) es un mecanismo muy cool en virtud del cual, cualquier empresa podrá, en caso de conflicto legal, practicar el escapismo de las leyes de un país en concreto e incluso demandar a un gobierno en un tribunal de arbitraje privado cuando se oponga a las mieles y ambrosías de la todopoderosa libertad del mercado.
  • Eliminación/Reducción de barreras sanitarias y fitosanitarias que se consideren una limitación al libre comercio. Por ejemplo: En EEUU a las vacas se las trata sin control con antibióticos y hormonas (como el célebre Posilac de la irreprochable Monsanto, la de la negra parca…) que llegan a nuestra cadena trófica, provocando efectos divertidos en la salud. Los pollos clorados también son un producto muy apreciado en el menú de acción de gracias en los cálidos hogares estadounidenses.
  • Fracking: las legislaciones se equipararan igualmente, tendiendo a mínimos existentes entre ambos mercados, en cuestiones medioambientales y energéticas, con eliminación de “trabas burocráticas” para industrias contaminantes como la fractura hidráulica.
  • Reducción de los derechos de los trabajadores: Equiparación de ambos mercados con aquel que tenga menor protección, es decir, con los EEUU (que solo ha ratificado dos de los ocho principios de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, Comunistas…).
  • Organismos Modificados Genéticamente (OMG): Igualmente las limitaciones legales a los transgénicos se reducirán o eliminarán, dejando paso a extensos campos de monocultivos de variedades modificadas genéticamente en laboratorio y patentadas (si amigos, la vida se puede patentar, la sombra de la propiedad intelectual es alargada), productivos económicamente, siempre y cuando se subvencionen claro, pero con efectos nocivos para un suelo cada vez más castigado.
  • Industria Farmacéutica: El poder hegemónico de esta industria, que es la que mayores márgenes de beneficios genera a nivel mundial, se verá reforzado con los planteamientos del TTIP. Su infiltración en organismos reguladores como la FDA de EEUU hace que su presencia en las políticas sea total. A través de la propiedad intelectual y las patentes se generan monopolios mas largos y precios más altos (recordemos el célebre Sofosbuvir contra la Hepatitis C a 84.000$ en EEUU), se limitará la transparencia a los ensayos clínicos y, en resumen, se antepondrá el interés privado a la política pública. Las farmacéuticas argumentan los precios de venta debido a su I+D para crear nuevos medicamentos, sin embargo sus principales costes provienen del marketing, publicidad, propaganda y otras terapias de choque cerebral. Además una buena parte de la investigación que realizan la subvencionan los gobiernos.
  • Cooperación Reguladora: Según los últimos documentos filtrados las iniciativas legislativas de los Estados podrán ser vetadas por potenciales conflictos con los intereses de las multinacionales.

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Conclusión

Respondiendo pues a las preguntas que todos tenemos en mente: ¿Queda mucho de lectura? ¿Al final seremos más ricos o vamos a morir todos en pingües hecatombes? Pluguiera a los dioses del mercado que fuera la primera opción, pero los datos existentes que con minucioso criterio he recabado y la opacidad del tratado al que ni siquiera los legisladores europeos tienen libre acceso, nos dirigen a la segunda opción, así que de usted depende. Si es el afortunado propietario de una multinacional, está de enhorabuena. Si no, tiene dos opciones: Ir haciendo libaciones a los dioses del mercado que moran en el Olimpo, o actuar, porque ya lo dijo uno muy rojo, tenemos tres caminos para librarnos de nuestra triste suerte, dos imaginarios y uno real. Los primeros son la taberna y la iglesia, el tercero es la revolución social.


Este es un artículo sin ánimo de lucro

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Santiago Galan

Santander, España. Soy Licenciado en Empresariales, Master en Comercio Exterior, International & Operations Manager, Activista Online, Cuasi-Historiador, Arqueólogo Submarino, Profesor, Agricultor Ecológico, Buceador Profesional, miembro de ATTAC y formo parte del rebaño desconcertado. Email: galanteran@gmail.com


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