28/03/2024 MÉXICO

Las guerras climáticas, ¿la realidad del siglo XXI?
Cambiando la tendencia del cambio climático [Fuente: Philippe 2009 vía Flickr]

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Se esta prestando cada vez más atención a los mecanismos causales que vinculan el cambio climático con el potencial de conflicto. Sin embargo, ¿hasta qué punto son ciertas estas predicciones de “guerras climáticas”? Y sobre todo ¿que implicaciones tiene situar el cambio climático como la amenaza a la seguridad internacional más importante del siglo XXI?

El cambio climático es una realidad inexorable y “si no hacemos algo, enfrentaremos más sequías, hambrunas, desplazamientos masivos que alimentarán más conflictos durante décadas”.


Así lo advertía Barack Obama en su discurso de aceptación del premio nobel en 2009, y así lo llevan pregonando destacadas personalidades políticas y expertos desde que Robert D. Kaplan escribiera su polémico “The Coming Anarchy” en 1994. En efecto, han proliferado los libros y artículos que evocan escenarios de conflictos asociados a la escasez de recursos exacerbada por el cambio climático como, entre otros tantos, el Climate Wars de Herald Welzer (2012), Global Warring de Cleo Paskal (2010) o el reciente estudio de dos investigadores de California que concluye que la sequía que afectó la región del Creciente Fértil entre 2007 y 2010, agravada por el cambio climático, actuó como catalizador del conflicto de Siria. Incluso el IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático), que nunca había abordado las implicaciones se seguridad del cambio climático, ha introducido esta preocupación su último informe.

En definitiva, se está prestando cada vez más atención a los mecanismos causales que vinculan el cambio climático con el potencial de conflicto. Sin embargo, ¿hasta qué punto son ciertas estas predicciones de “guerras climáticas”? Y sobre todo ¿que implicaciones tiene situar el cambio climático como la amenaza a la seguridad internacional más importante del siglo XXI?

La irrupción del cambio climático en la agenda de seguridad internacional

No hay planeta B [Foto: Garry Knight vía Flickr]

Con el fin de la guerra fría, la agenda tradicional de seguridad internacional incorporó otros actores diferentes al Estado y se amplió a otros sectores, además del político-militar, para incluir amenazas de origen económico, social y ambiental. Esto fue estimulado sobre todo por la emergencia de una agenda global medioambiental y la representación de la degradación del medio ambiente como una amenaza para la supervivencia humana a largo plazo.

Esta ampliación y profundización de los conceptos tradicionales de seguridad se asocia a los trabajos de Barry Buzan y Ole Waever sobre la “seguritización” (1997), es decir, el proceso discursivo y político mediante el cual una comunidad política convierte un objeto de referencia en una amenaza existencial, legitimando así cualquier medida excepcional para hacerle frente. Esta lógica explica cómo el medio ambiente fue “seguritizado” a finales de los noventa y cómo el cambio climático, en tanto que fenómeno que previsiblemente agravará la escasez de recursos y la degradación medioambiental, está siendo “seguritizado” también en el siglo XXI.

El Cambio Climático: un “multiplicador de amenazas”

¿El mero aumento de la temperatura media del planeta va a causar directamente guerras? No. En el contexto de las guerras climáticas, el cambio climático no es visto propiamente como la fuente del conflicto sino que actúa como catalizador, exacerbando otras tendencias globales con importantes implicaciones estratégicas como la superpoblación y la rápida urbanización, el agotamiento de recursos básicos (agua, agricultura, alimentos), las desigualdades económicas y la lucha por el acceso a los recursos energéticos, la propagación de enfermedades y las migraciones masivas.


Del mismo modo, el cambio climático también puede actuar como un factor de desestabilización de un estado débil, contribuyendo al auge de estados fallidos. Otra posible tensión que se le asocia es el impacto que pueden tener cambios geofísicos como el deshielo de los polos o el aumento del nivel del mar sobre las fronteras actuales, hecho que previsiblemente provocará controversias territoriales entre países. El ejemplo por excelencia es el deshielo del Ártico, que abrirá nuevas rutas comerciales entre China y Occidente.

El nexo entre seguridad y cambio climático: la realidad es mucho más complicada

Un niño recoge metralla en un pueblo abandonado de Darfur [Foto: United Nations Photo vía Flickr]

Recientemente han proliferado los estudios de caso sobre cómo el cambio climático ha tenido un impacto directo sobre algunos conflictos. Dos ejemplos concretos: la guerra de Darfur en Sudán (2007), que para algunos ha sido “la primera guerra climática”, y la asociación entre guerras civiles y el aumento de las temperaturas en los países de África Subsahariana. Sin embargo, muchos otros expertos han avisado del tono alarmista y demasiado simplista de estas asunciones que hacen conexiones directas entre el cambio climático y la inestabilidad. La realidad es mucho más compleja que esto.

Es innegable que el cambio climático supone un riesgo importante para la seguridad humana en muchas partes del mundo. Lo que no está tan claro, sin embargo, es la manera en que la inseguridad humana puede llevar al conflicto. En este sentido es importante destacar que el cambio climático no merma la seguridad humana o aumenta el riesgo de conflicto violento de forma aislada de otros factores sociales importantes como la pobreza, la discriminación estatal de algunas minorías, el acceso a oportunidades económicas, la efectividad de los procesos de tomas de decisiones, el nivel de cohesión social, el nivel de dependencia respecto a recursos naturales, etc. Todos estos otros factores determinan la capacidad de las personas y comunidades para adaptarse al cambio climático.


Por otra parte, es pertinente recordar que no existe la certeza absoluta sobre cómo el cambio climático se manifestará en determinados lugares del planeta o sobre cuáles van a ser sus consecuencias para el desarrollo económico, la estabilidad política, la paz y la seguridad. Así mismo, es muy difícil medir el impacto del cambio climático sobre el resto de factores que pueden causar conflictos. Hasta la fecha no se ha obtenido evidencias empíricas suficientemente robustas y convincentes sobre estas conexiones, ni existe consenso entre los expertos.

Respondiendo a la amenaza: ¿militarización del clima?

En el mismo discurso de aceptación del Nobel, Obama sostuvo que “no son sólo los científicos y activistas los que proponen medidas; también lo hacen los líderes militares de mi país y otros que comprenden que nuestra seguridad común está en juego”. Efectivamente, el Pentágono considera que el cambio climático es una amenaza para la seguridad nacional y, lejos de ser el único, parece que el interés y la preocupación por este fenómeno está aumentando también en los departamentos de defensa y fuerzas armadas de destacados países occidentales, incluyendo las fuerzas armadas españolas.

Este no es un tema menor puesto que, pese al consenso cada vez mayor en el seno del IPCC de que se debe combinar por igual estrategias de mitigación y de adaptación para hacer frente a la degradación medioambiental derivada del cambio climático, la inclusión del clima en las estrategias de defensa de los estados occidentales ha acabado privilegiando la adaptación frente a la mitigación.

En definitiva, aunque las consecuencias del cambio climático deberían  preocuparnos a todos, es importante darse cuenta de las implicaciones políticas que comportan la asunción acrítica de los escenarios sobre “guerras climáticas”. Entre ellas, la legitimación de la actividad de las fuerzas armadas y el presupuesto que se le dedica sin que ello contribuya a atacar eficientemente la raíz de las causas que crea el cambio climático.

Esta es una explicación sin ánimo de lucro


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Marta Galceran

Licenciada en Ciencias Políticas (Universitat Pompeu Fabra y University of Kent) y Máster en Relaciones Internacionales (University of Warwick). Especializada en seguridad internacional, sus principales áreas de interés son el desarrollo sostenible, la geopolítica de los recursos naturales y las consecuencias del cambio climático, especialmente en ámbitos urbanos. Ha trabajado para la Diputació de Barcelona, el CIDOB y el Museo de Historia Social de Kreuzberg (Berlín). Actualmente consultora en estrategias para el desarrollo de ciudades mas sostenibles, resilientes e inteligentes.


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