El periodista y escritor británico George Orwell acuñó el concepto neolengua (newspeaking) en la que se considera la mejor radiografía del fascismo, 1984. Bajo ese concepto denunciaba cómo los poderes fácticos usaban el lenguaje para controlar y manipular a la ciudadanía, usando palabras que significaban justo lo contrario y estaban concebidas para que su verdadero significado se olvidara. Uno de los ejemplos más reconocidos de este experimento de llevar el lenguaje al límite es que en la novela el Ministerio de la Guerra termina llamándose el Ministerio del Amor. Curiosamente en casi todos los países se llama de Defensa –que implica la existencia de un ataque previo, una amenaza y una no predisposición a la violencia-.
Pero antes de llevarlo a la ficción, Orwell reflexionó sobre el uso que políticos y periodistas hacían del idioma –el inglés en este caso- en su ensayo Politics and the English language (1946) publicado en el diario Horizon. La conclusión a la que llega es que tanto la civilización como el lenguaje están en “decadencia”, lamentándose de que “cualquier denuncia contra los abusos cometidos contra el lenguaje” sean considerados un “sentimentalismo obsoleto”. Sin embargo, si analizamos los mensajes actuales que medios y muchos políticos lanzan, descubriremos que el uso de determinados términos y argumentos no es ni inocente ni espontáneo.
Orwell tenía claro que el declive del inglés tenía más que ver con razones políticas y económicas que con malas prácticas literarias. “Se ha convertido en feo e inexacto porque nuestros pensamientos son estúpidos, pero la desidia en nuestro lenguaje facilita que tengamos esos pensamientos tontos”. Para Orwell el inglés, especialmente el escrito, estaba lleno de malos hábitos repetidos por imitación. Deshacerse de ellos era un primer paseo clave hacia la regeneración política.
Vaguedad e imprecisión para justificar lo injustificable
Ya en la década de los 40 el lenguaje político e informativo para el escritor británico se caracteriza por “el uso de imágenes viciadas, la falta de precisión y la vaguedad”. ¿Por qué?. Según Orwell la prosa política estaba concebida para “hacer que las mentiras sonaran a verdad y el crimen respetable, así como para dar apariencia de solidez a lo que es simple aire”. La relación que Orwell veía entre una mala prosa y una ideología opresiva –llevada al extremo en 1984– queda clara en este párrafo del ensayo donde además podemos encontrar similitudes con hechos recientes como los desplazamientos forzosos o Guantánamo:
“En nuestro tiempo el discurso político y la escritura son una defensa de lo indefendible. Cosas como la permanencia del gobierno británico en India, las purgas y deportaciones en Rusia, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón, claro que pueden ser defendidos, pero solo por argumentos que son demasiado brutales para que la mayoría de la gente se enfrente a ellos y no encajan con los propósitos declarados por los partidos políticos.
El lenguaje político tiene que consistir principalmente en eufemismos, preguntas sin respuesta y pura confusa vaguedad. Pueblos indefensos son bombardeados desde el aire, sus habitantes desplazados al campo, el ganado ametrallado, los refugios incendiados con balas: a esto se le llama pacificación.
Millones de campesinos son expulsados de sus granjas y enviados a recorrer a pie la carretera con nada más que lo que puedan llevar: a esto se le llama traslado de población o rectificación de fronteras.
La gente es encarcelada durante años sin juicio, o disparada en la nuca o enviada a morir de escorbuto en campamentos de madera en el Ártico: esto se llama eliminación de elementos de poca confianza. Esta fraseología es necesaria si uno quiere llamar a las cosas sin traer a la memoria una imagen mental de ellas.”
Seis reglas para no caer en la tentación de manipular
La gran enemiga del lenguaje para Orwell es la falta de sinceridad. “Cuando hay una brecha entre las intenciones reales de uno y aquellas que confiesa, uno se vuelve hacia las largas palabras y los agotados modismos por instinto, como si fuera un calamar arrojando un chorro de tinta”. Para evitar la tentación que la imprecisión y las frases trilladas suponían para sus contemporáneos, el escritor británico les ofreció estas seis reglas de oro de vigente actualidad:
1. No uses nunca una metáfora, símil o figura lingüística que estés acostumbrado a ver impresa, en particular expresiones como “talón de Aquiles”, “canto del cisne”, “hervidero”, “semillero” que Orwell llamaba “metáforas muertas”. Consideraba que la mayoría de las veces se usaban sin conocer su auténtico significado.
2. Si puedes usar una palabra corta, no uses nunca una larga. A Orwell le exasperaba el uso “pretencioso” del idioma con el abuso de palabras como “fenómeno”, “individuo”, “objetivo” y “elemento” o sin significado como “romántico”, “plástico”, “valores” y “humano”.
3. Si puedes acortar una palabra, hazlo. Para Orwell es frecuente encontrar párrafos largos y carentes de sentido no solo en discursos políticos sino en textos sobre Arte y crítica artística.
4. Nunca uses la voz pasiva si puedes usar la activa.
5. Nunca uses un vocablo extranjero, un término científico o jerga si crees que existe un equivalente en el lenguaje común.
6. Rompe cualquiera de estas reglas antes que decir una barbaridad. Por ejemplo, si es necesario para construir la frase más exacta pero bajo la recomendación de no usar el lenguaje para manipular o engañar al lector.
Sin embargo, el propio Orwell reconoce incumplir alguna de estas normas en el mismo ensayo en el que las explica.
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4 comments
Jose Luis Montoto Guerreiro
07/02/2014 at
DEBERÍA PUBLICARSE LAS PORTADAS DE LOS DIARIOS Y LEERSE ANTES DE LAS NOTICIAS TELEVISADAS Y RADIADAS
ekain
21/03/2014 at
¿Curiosa foto no?