“La España de las harcas no tuvo nunca poetas. De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos pero no los poetas. En este reparto injusto, desigual y forzoso, del lado de las harcas cayeron los obispos y del lado del éxodo, los poetas”. Así describía León Felipe desde su exilio en México la fractura de la sociedad española cuyos ecos aún se escuchan. La guerra civil, pero sobretodo la dictadura franquista, supuso el éxodo de muchos intelectuales y artistas de la época, en su mayoría leales a la República y con un claro compromiso político.
Especialmente llamativo es el caso de Federico García Lorca, homenajeado por la España democrática como uno de los mayores poetas del siglo XX, pero despojado de la ideología que impregnaba su obra.
Su biógrafo, el hispanista Ian Gibson, señalaba en “El asesinato de Federico García Lorca” –publicado en 1971 pero prohibido por Franco entonces- que “además de su enorme creatividad toda su obra tiene un fuerte hilo conductor político, propio de un escritor revolucionario”. Añadía que “su oposición al fascismo fue clara; era un auténtico subversivo”.
Exilio interior
Para no correr la misma suerte que el poeta granadino, Rafael Alberti huyó de España por su militancia en el Partico Comunista –al igual que Picasso-. El mismo camino seguirían Antonio Machado, Pedro Salinas, Luis Cernuda, María Zambrano, Buñuel y muchos otros. Pero ¿qué pasó con aquellos autores que se quedaron?. Forman parte de lo que se denomina el “exilio interior”, es decir, artistas cuya producción artística y cultural era ideológicamente contraria o indiferente a los valores del fascismo o del falangismo y convivía con aquella que ensalzaba al régimen de Franco.
Así lo demuestra el cine de Berlanga, Bardem o Saura, la pintura de Salvador Dalí, Antoni Miró o Tapiés, la escultura de Chillida, Serrano u Oteiza o la literatura de Antonio Buero Vallejo, Carmen Laforet o Vicente Aleixandre. Este último, miembro de la conocida como Generación del 27, abiertamente de izquierdas y uno de los adalides de la poesía social posterior a la Guerra Civil, recibió el premio Nobel en 1977. Era el segundo miembro de la generación en lograrlo; el primero había sido Juan R. Jiménez desde su exilio en Estados Unidos (1956).
Esto fue posible gracias a la actitud ligeramente inclusiva del Régimen hacia artistas que no representaran una clara amenaza u oposición directa ya que, como Ian Gibson recuerda en la entrevista mantenida con el perseguidor de García Lorca, “los fascistas españoles identificaban el pensamiento de izquierdas con la destrucción de España”.
Este cambio de actitud se produjo a raíz del nombramiento en 1951 como Ministro de Educación Nacional de Joaquín Ruiz-Jiménez, cuya evolución política le llevó a acercarse a los movimientos de oposición a la dictadura, llegando a enfrentarse al Ministro de la Gobernación por unos disturbios estudiantiles, lo que provocó su destitución fulminante cinco años después de llegar al cargo.
Vanguardias y activismo político
También contribuyó a este ligero aperturismo la figura de Eugenio D’Ors, prestigioso teórico del arte español de la época, que se esforzó por crear un ambiente creador afín al régimen pero abierto y asimilador hacia las vanguardias de los años 50. El expresionismo, dadaísmo, surrealismo, futurismo y cubismo definían una Europa que trataba de resurgir de sus cenizas tras la derrota del fascismo mientras la España nacional-católica se esforzaba por contrarrestar la potente producción cultural republicana en el exterior y mostrar al mundo una falsa imagen de modernidad. Buena muestra de ello es que la literatura homosexual no fue posible en España hasta la década de los 90 con la irrupción de figuras como Juan Goytisolo, Antonio Gala o Terenci Moix.
Los vanguardistas europeos, muy activos políticamente y vinculados a la izquierda, criticaron la falta de compromiso político de algunos de los vanguardistas españoles del “exilio interior”.
André Bretón, padre del surrealismo, acusó a Salvador Dalí de defender lo “nuevo e irracional” del fenómeno hitleriano debido a su ambigua posición. Este insistía en que las vanguardias podían existir en un contexto apolítico y se negó a condenar de forma explícita al régimen nazi. Esta actitud –junto con otros comportamientos- le llevó a sufrir un “juicio surrealista” cuya sentencia fue la expulsión del movimiento en 1934.
Censura y ostracismo
La convivencia del “exilio interior” con los valores franquistas no fue fácil. Estos se articulaban en torno a la tradición de Menéndez Pelayo para quien el catolicismo era el “eje y nervio” de la identidad española, se oponía a la Ilustración y defendía los productos culturales populares españoles o casticismo, origen del pensamiento reaccionario y nacionalista español. Por ejemplo Jacinto Benavente –homosexual, conservador y Nobel de Literatura- fue condenado al ostracismo por haber fundado en 1933 la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, llegando al punto de que su nombre no figuraba en los carteles de sus obras de teatro. Su participación en la gran manifestación pro-franquista de 1947 de la Plaza de Oriente le redimió ante las autoridades.
Además, estos artistas debían sortear las trabas de la censura que se impuso en el teatro, la literatura, el cine –Junta Superior de Censura Cinematográfica (1937) integrada por la Iglesia católica y el Gobierno- y prensa –Ley de Prensa de 1938-.
Para que su obra no fuera mutilada el autor debía evitar “chocar con la moral sexual, repugnar al dogma católico u ofender a sus representantes, socavar los principios del régimen o atacar sus instituciones”. En el caso de las revistas y otras publicaciones las galeradas no aprobadas contaban con un “parte de incidencias” donde se anotaba su destino. “Intervenidas”, “enviadas a Asuntos Exteriores”, “retenidas en consulta interior” o “enviadas a otros organismos” eran los más habituales.
La revista satírica “La Codorniz” que fundó Miguel Mihura en 1941 fue la que mejor supo burlar la censura franquista. En sus páginas colaboraron artistas como Gila, Mingote, Forges o el guionista Rafael Azona y Félix de Azúa la describió como “la luz humorística en la noche del franquismo”. “Otro experto en esquivarla mediante la ironía y el ingenio fue Berlanga, autor de joyas como “Bienvenido Mr. Marshall”, “Plácido” o “El verdugo”.
Curiosamente el último Nobel de literatura español, Camilo José Cela (1989), censor entre los años 1943-44, tuvo que publicar su novela “La Colmena” en Buenos Aires por las numerosas escenas eróticas y alusiones al ambiente homosexual y carcelario de la época.
Foto de portada: Cartel película Bienvenido MrMarshall. Fuente Catálogo Artium.
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3 comments
iosu
21/01/2014 at
Es lo que tenía la censura franquista
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