29/03/2024 MÉXICO

Osip Mandelstam: poesía y solitud

Fotos policiales de Osip Mandelstam correspondientes a su primer arresto por parte de la policía soviética, en 1934 [Foto vía likorg.ru].
Ossip Mandelstam
Osip Mandelstam es una de las voces más representativas de la poesía rusa y su estilo, imposible de contener en un adjetivo, lo convirtió en un huérfano de su época. En 'Tristia', su segundo poemario, el artista vuelve su mirada poética al mundo clásico de Ovidio y la mitología grecolatina para configurar una cosmovisión que asegurará la inmortalidad de sus versos tanto como la inevitabilidad de su trágico destino.

El poeta a través de Tristia


«… la poesía solo se respeta en Rusia: te matan por escribirla. En ningún otro lugar matan por escribir poesía.»

Nadiezhda Mandelstam

La relación del autor con el contexto histórico en el que desarrolla su actividad artística es crucial para entender qué caracteriza una de las figuras más representativas de la poesía rusa del siglo XX. Si el lector se acerca por primera vez a Mandelstam o la literatura rusa en época soviética, la afirmación de su mujer le podrá parecer exagerada, pero tan solo hay que adentrarse en la cosmovisión del poeta y su realidad para comprobar que la cita con la que abrimos este artículo es la constatación de una verdad.

A continuación, intentaremos hacer un breve recorrido por ambos extremos de esta relación, producción poética y realidad histórica, a través del segundo poemario del autor, Tristia.

Tristia: diario de una revolución

Lo primero que debería llamarnos la atención del poemario es su título y la asociación directa que se establece con la obra homónima del poeta latino Ovidio. Lo cierto es, sin embargo, que las semejanzas van más allá de esta primera observación y se filtran no solo en numerosos versos, sino en el sentido último de la obra.

Mandelstam y Ovidio pueden identificarse con el arquetipo de «un poeta contra un imperio»: los dos poetas reflexionan sobre una situación política que pronto les excluirá física e intelectualmente de la sociedad en la que viven.

De hecho, podemos ver cómo Mandelstam bebe de la tradición grecorromana y uno de sus poetas más celebrados desde tres prismas distintos.


El primero, en la identificación de Mandelstam con el arquetipo de «un poeta contra un imperio». Aunque por razones muy distintas, si bien las de Ovidio nunca se han sabido con certeza, los dos poetas reflexionan sobre una situación política que pronto les excluirá física e intelectualmente de la sociedad en la que viven. Recurrir a la literatura de la Antigüedad para denunciar el despotismo de un dictador es un ejercicio que muchos otros poetas y escritores han hecho a lo largo de nuestra tradición; tomemos por caso todas las versiones que se hicieron de Antígona durante el siglo veinte (en España, Salvador Espriu reescribió la obra y no hay duda de que las similitudes entre Creonte y Franco no tienen objetivo alguno más que el de ilustrar la absurdidad y barbarie del régimen) o Lauro de Bosis en su tragedia Ícaro. En el caso de Mandelstam, no obstante, es una reflexión casi profética pues para cuando se escribe y publica Tristia, el destino que le aguarda es una mera intuición; es más bien la expresión de una desconfianza y en cierto modo oposición al rumbo que toma su país. En Tristia, poema que da nombre a la obra, hay una estrofa que ejemplifica esta desconfianza:

¡Oh, mísera trama de nuestra vida,/donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!/ Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo./Y solo nos es dulce el instante del/reconocimiento.

De este primer prisma sería un error entender que Mandelstam era contrario a la Revolución. Aunque de su posición en los acontecimientos históricos que marcaran el futuro de Rusia hablaremos más adelante, es importante recalcar que una de las cosas que diferencian al poeta ruso del poeta latino es el tipo de despedida que versifican. Ovidio explora, desde una perspectiva trágica, su última noche en Roma, mientras que Mandelstam otorga a esta noche una dimensión simbólica y trascendente: el ocaso no es más que la revelación de una vida nueva. La contraposición entre el mundo de la antigüedad y la Revolución Rusa es un viaje anacrónico a los orígenes de la cultura que ha sentado las bases de la cultura occidental, pero sobre todo, una respuesta a la hoja en blanco, a este año cero de la nueva civilización a la que la revolución va a dar paso:

La tierra flota. ¡Ánimo, hombres!/¡El océano se abrirá bajo el arado!


En Cantemos, hermanos, el crepúsculo de la libertad, y algún que otro poema se denota pues, una esperanza que en Ovidio es prácticamente inexistente y que en Mandelstam, por desgracia, tampoco tardará mucho en desaparecer, como ya hemos podido ver.

Fotografía de la primera edición de Tristia, en 1922 [Foto vía auction-imperia.ru].

De la comparación entre ambas civilizaciones, Jesús García Gabaldón añade en el epílogo de Osip Mandelstam: Tristia y otros poemas:

«Frente a la destrucción del pasado, Mandelstam se esfuerza justamente en efectuar una operación cultural restitutoria, consistente en interpretar el presente a través de la historia de la cultura: Europa es una nueva Hélade, Rusia es Fedra, San Petersburgo es Venecia, Moscú es Florencia… (…). Espacios en penumbra, que iluminan en un tono crepuscular y apocalíptico, la nueva era, sentida como ocaso de la libertad, como muerte del hombre y agonía de la cultura, simbolizada en San Petersburgo, transformada, helenizada, en Petrópolis.» [1]

Queda claro, pues, que la batalla interior entre lo que Rusia tiene la oportunidad de ser y en lo que, a pesar del poeta, está convirtiéndose, está presente en toda la obra.


Por último, y lejos de los motivos políticos que hicieran conveniente la comparación entre ambas civilizaciones en los anteriores prismas, hay una conexión entre el poeta ruso y la tradición literaria grecorromana que nace desde una perspectiva personal y que tiene que ver más con los aspectos formales de su poesía que con sus convicciones.

Para empezar, Mandelstam era un lector soberbio; su entorno familiar y la formación que adquirió de joven le permitieron entrar en contacto con las voces literarias que después se verían vertidas en sus versos. Incluso cuando escribía prosa, en obras como Coloquio sobre Dante, es imposible dudar de la magnitud de su bagaje cultural y la influencia que este tiene en su producción. Al igual que la Judea bíblica y la Cristiandad, Roma y Grecia estuvieron presentes siempre en la poesía de Mandelstam, pero reducir el autor a la categoría de discípulo de cualquiera de estas ideologías sería minimizar la importancia de su obra.

La afinidad con la cultura grecorromana, una de las piedras angulares de nuestra civilización, va más allá de la coincidencia histórica, es una forma de transformar el anhelo en puente poético y social con Occidente.

Joseph Brodsky escribió sobre Mandelstam que no es que fuera un poeta “civilizado”, sino más bien que era un poeta de la civilización y para la civilización. Para entender mejor esta afirmación cabe tener en cuenta el movimiento literario del cual Mandelstam, al igual que Ajmátova o Gumiliov, formaron parte: el acmeísmo. Lo que más nos interesa de dicho movimiento son los términos con los que el mismo Mandelstam llegó a definirlo: «nostalgia de una cultura mundial.»

Y aquí Brodsky, de nuevo, señala que el contexto histórico bajo el que nace este concepto es muy significativo: «Debido a su situación (ni Oriente ni Occidente) y a lo imperfecto de su historia, Rusia ha padecido siempre una sensación de inferioridad cultural, por lo menos en relación con Occidente. De esa inferioridad surgió el ideal de una cierta unidad cultural y una posterior voracidad intelectual frente a todo lo que procediera de aquella dirección. En cierto sentido, es una versión rusa del helenismo.»

Entendemos, pues, que la afinidad con la cultura grecorromana, una de las piedras angulares de nuestra civilización, va más allá de la coincidencia histórica, es una forma de transformar el anhelo en puente poético y social con Occidente, de crear una cosmovisión cuyo límite traspase las fronteras reales y figuradas de Rusia.  

En cuanto a la forma, el tipo de verso que predomina en Tristia nos conduce también a la literatura de la Antigüedad. Se trata del hexámetro, que si bien no ha podido mantenerse en la traducción, en los poemas originales es constante e inequívoco. La elección de este verso puede estar relacionada, en parte, con la facilidad con la que puede recordarse. La memoria es indisociable de la poesía de Mandelstam, no solo porque en su proceso de escritura el acto de recordar juega un papel importante, sino porque su mujer, cuando murió y no hubo forma de preservar su obra sin arriesgarse a ser detenida por ello, vivió de memorizar sus poemas, día tras día. Otro tipo de verso utilizado también es el pentámetro yámbico y en estos casos, suele haber una referencia directa a una producción épica de Homero y a un sitio próximo al mar, que evoca a la vez el ambiente de la Grecia antigua. Ejemplos de este verso pueden encontrarse en poemas como: El río de miel dorada fluía tan lento… o Insomnio. Homero. Velas hinchadas y tensas…

A pesar de todas las similitudes y guiños a la tradición grecorromana, Mandelstam escribe siempre desde una poética propia. Su uso del lenguaje y la función que le da es innovador y moderno. De hecho, la forma encriptada de evocar conceptos le acerca más a poetas como T.S Eliot que a Ovidio.

Hemos titulado diario de una revolución a esta primera parte de la monografía porque entendemos que se trata de la revolución que vivió en su país y de la suya propia: en Tristia se mezclan vertiginosamente la esperanza y el miedo del mundo que se derrumba y la incertidumbre del que está por construir y aunque pueda parecer extraño nutrirse del mundo clásico en ese momento, para Mandelstam es algo natural. No solo por la voluntad de que la cultura clásica forme parte de la moderna, sino porque tal y como escribió él: «La revolución en el arte conduce inevitablemente al clasicismo.»

Hay algo, sin embargo, fundamentalmente anti-clásico en su acercamiento, pues el poeta no hace un ejercicio de mímesis sino más bien de reescritura del mundo de la Antigüedad con el propósito de acercarlo al suyo y definirlo. Es también su revolución personal.

Más allá de Tristia: poética, personalidad y comunismo

En el título hay escrita la palabra solitud porque Mandelstam, por encima de todo, es una figura extremadamente solitaria en el contexto de la poesía rusa. Y lo es por dos motivos: su arte y su personalidad.

Empecemos por su cosmovisión artística. Hemos dicho que a pesar de la influencia clásica, en Tristia de autores griegos y latinos y en Piedra, su primer recopilatorio, de Pushkin, la poética de Mandelstam es única y parte siempre desde él mismo. Pero, ¿qué nos lleva a hacer semejante declaración? Lo cierto es que el universo del poeta fue siempre inabarcable; tenía demasiadas cosas por decir como para preocuparse por ningún exclusivismo estilístico.

Había en su verso una cierta regularidad que había heredado de los simbolistas rusos: la longitud de sus poemas, la rima, las estrofas, todo respondía a los usos comunes que habían reinado hasta entonces y sin embargo, llegaba mucho más lejos que ellos.

Brodsky señala en el prólogo de la edición castellana que «lo que Mandelstam estaba tratando de transmitir en sus dos primeras recopilaciones era la sensación de una existencia sobresaturada, para lo cual escogió como medio la representación de un tiempo sobrecargado.» Esa calidad sobrecargada era lo que hacía su verso único.

El paso del tiempo solo hizo que enfatizar más y más esa existencia sobresaturada de la que habla Brodsky y la desvinculación con los simbolistas y de hecho, cualquier tipo de producción masiva y pautada, fueron perfilando su aislamiento estético. Por otro lado, la creciente desavenencia con el camino que tomaba Rusia convirtieron sus versos en el reflejo de su estado anímico; lo que antes había sido una poesía más o menos pausada y con un ritmo enérgico pero cesurado es ahora movimiento abrupto y veloz. En palabras del prologuista: «La suya se convirtió en una poesía de alta velocidad y de nervios expuestos, a veces críptica, con numerosos saltos sobre lo evidente y con una sintaxis abreviada (resonando al formato de canción).»

Leningrado (San Petersburgo) en los años 1920, época en la que Mandelstam residía en la ciudad y donde tienen lugar la mayoría de los poemas de Tristia [Foto vía md-eksperiment.org].

La cuestión criptográfica tiene mucha más relevancia de la que Brodsky le otorga por el simple hecho de que una de las características, a nivel temático, más importantes de Mandelstam es el constante rodeo que da al concepto protagonista de cada poema. La suya es también una poesía de enfoques múltiples y sugerencias.

Este poder asintático, de creación de imágenes y sentidos radicales ofrece un contenido sustancialmente nuevo en el panorama literario ruso. La intensidad desbordante que emana de su poesía, tan familiar y lejana a la vez para el lector, lo convierte, junto a Marina Tsvietáieva y seguramente Esenin, en un huérfano de su época.

Otro aspecto que alimentó esa autonomía espiritual que venimos despedazando es la revolución y en especial, la primera detención y período en la cárcel. La etapa luminosa, si es que puede llegarse a considerar así, de Piedra y Tristia, da paso a un tono poético tenso y dramático que se retoma a principios de los años 30 después de un breve silencio.

En esta etapa, las cuestiones en relación con el presente histórico que le rodea son sustituidas por el horror existencial que el régimen estalinista provoca en su vida y la de todos los que le rodean. Hay también una nueva voluntad de ser la voz de la colectividad silente, de poder comprender qué ha conducido a la barbarie que domina su país. La obra más representativa de esta segunda etapa son los conocidos Cuadernos de Vorónej, escritos en el exilio y como Anna Ajmátova dijo: «eso que llamamos Mandelstam.» Sin esta última recopilación, el poeta no sería quien es.

Stalin y sus dirigentes trataban a los escritores de forma distinta que al resto de la sociedad porque en su dominio absoluto de la palabra había una potencial amenaza que nunca dejaron de sentir acechante.

A nivel formal, cada vez tiene más importancia la parte fonética de la palabra. Hay una firme convicción de que la palabra contiene en sí misma un sentido más allá de la razón. Tal y como señala Helena Vidal, al predominio de las vocales y consonantes líquidas de la primera época (l,m,n,r), se contraponen ahora lo que Mandelstam consideraba sonidos de dolor y ataque, es decir, consonantes como la z,s,x,j, etc.

Aunque por tiempo y espacio no nos incumba adentrarnos más en esta segunda etapa, era importante visibilizarla porque a pesar de que el contenido y la forma varíen, nos da una perspectiva más amplia del universo poético de Mandelstam y sobre todo, nos permite observar como la esencia disconforme e inquietante del poeta se mantiene intacta.

Esta cosmovisión artística, sin embargo, no es fruto sino de una personalidad singular y un contexto histórico único. Es difícil con tanta distancia y siendo relativamente lejana a la realidad rusa poder retratar o comprender siquiera lo que sucedió durante la primera mitad del siglo veinte, pero basta con leer los testimonios poéticos que quisieron emprender semejante tarea para concluir que preservar la cordura durante este período fue prácticamente imposible para muchos, incluido Mandelstam.

Volviendo a la actitud del poeta frente a la revolución, hay que remarcar de nuevo que su posición nunca fue hostil y de hecho, recibió con entusiasmo la voluntad de cambio del pueblo. Pero Mandelstam, era contrario por naturaleza al terror y la violencia y lo que en febrero de 1917 le pareció un acontecimiento emocionante, en octubre le pareció una catástrofe. Anticipó el nuevo régimen que anulaba al individuo y hacía de la cultura una nueva religión cuyos propósitos, más allá de civilizar y controlar la sociedad, eran los de eliminar sistemáticamente a todo aquel que representase una amenaza.

Paralelamente a este frenético porvenir, Mandelstam empezó a ser reconocido como un poeta importante entre los intelectuales. No obstante, las críticas oficiales se tornaron cada vez más desfavorables: puede que su técnica fuera especial, pero se le acusó de ser poco contemporáneo y de pertenecer a una cultura ya superada. Lo que siguió a estas primeras críticas no fue más que el hundimiento más amargo que un artista pudiese imaginar; se llevó a cabo una presión constante contra Mandelstam: le dejaron de publicar, se vio forzado a vivir con su mujer en diversas ciudades y casi siempre a costa de la ayuda económica que sus amigos y conocidos podían ofrecerle.

Él tampoco puso de su parte. Rechazó con vehemencia los escritores que consideraba fieles al sistema y provoco todo tipo de escándalos. Era una persona intransigente e indomable al que ni la sociedad ni su nuevo líder cohibían en modo alguno.

En Mandelstam hay, también, un conflicto interior irresoluble entre lo que le depara al desafiar el régimen y el sentimiento de no poder renunciar a la idea de justicia que había impulsado la revolución.

Con su primera detención y los interrogatorios a los que fue sometido en Lubianka su carácter se truncó por completo. Trató de suicidarse dos veces y aquellos aires provocadores que antaño le habían caracterizado, desaparecieron. Tras ser trasladado a Vorónej, parece que pudo recuperar su firmeza espiritual y aceptación del destino y a pesar de la sensación de tragedia inminente, con los cuadernos produjo la parte más profunda y vital de su obra.

Fue puesto en libertad durante un breve período de tiempo pero se le arresto por última vez en mayo de 1938 y murió el diciembre de ese mismo año en un campo de concentración de Vladivostok.

De esa personalidad provocadora, enigmática y exigente no tenemos más que lo que su obra poética nos revela, pero es suficiente. Al fin y al cabo, no nos sentimos atraídos por la poesía gracias a las asociaciones que podemos hacer con su autor sino por todas las imágenes con las que podemos identificarnos y comprender ese espíritu común e inmutable que define al ser humano.

A modo de cierre de este breve recorrido por la obra y figura del poeta ruso, nos convendría volver a la cita con la que hemos abierto esta monografía y pasar muy por encima por la relación que tuvo Stalin con la intelligentsia disidente de Rusia.

Benedict Sarnov dijo en una ocasión que el dictador sintió siempre «un respeto supersticioso por la poesía y los poetas». Él y sus dirigentes trataban a los escritores de forma distinta que al resto de la sociedad porque en su dominio absoluto de la palabra había una potencial amenaza que Stalin nunca dejó de sentir acechante. De hecho, con Mandelstam trató de reconvertir ese sentimiento y le forzó a escribir poemas como Oda a Stalin, puesto que sabía, tal y como Pasternak le había confiado, que era un poeta muy por encima del resto. Sin embargo, ninguna producción de este desdoblamiento moral, en esencia contrario y en apariencia temporalmente favorecedor al régimen, fue suficiente para salvarlo.

En efecto, en Rusia se mataba por poesía y Mandelstam, al igual que muchos otros, aceptó su destino a consciencia.

Conclusión

Hemos visto, en la medida de lo que nos ha sido posible, todos los rincones que conforman el universo poético de Osip Mandelstam y el contexto histórico en el que se desarrolla. No ha sido un recorrido extenso, pero suficiente para ubicar y apreciar al poeta dentro de la tradición literaria occidental.

Retomando Tristia, nos queda la certeza de haber presenciado, con la ayuda de múltiples referencias clásicas,  y bajo el prisma de un joven exultante y alarmantemente inteligente, el final de una época, el apocalipsis de la cultura y la esperanza, rápidamente truncada, de un futuro mejor. Todo bajo el «encantamiento verbal», como lo llamaba Marina Tsvietáieva, que acabaría apoderándose de toda su obra y haciendo del lector un intrépido transeúnte en medio de versos infinitos.

En Mandelstam hay, también, un conflicto interior irresoluble entre lo que le depara al desafiar el régimen y el sentimiento de no poder renunciar a la idea de justicia que había impulsado la revolución. Conoce el poder de la palabra y sabe que al usarla de forma independiente y no someterla a los propósitos del régimen, lleva a cabo un acto heroico que le reafirma como poeta pero con el que reta un sistema que concibe de forma natural su muerte en caso de desavenencia. Fue amonestado y decidió seguir al son de su espíritu libre porque tal y como dice Brodsky: «su instinto de conservación hacía mucho tiempo que había cedido sobre su estética.»

Parece inverosímil que alguien pueda asesinar a alguien por un puñado de versos, pero aún lo es más darse cuenta que esa potencial víctima está dispuesta a morir con tal de que su obra perviva. Como si al escribir el poeta se enfrentara a la muerte y encontrara en ella una forma de vida desconocida. Y no es un acto fundamentado en el egocentrismo solamente, hay una parte esencial de ese convencimiento, compartido por Ajmátova, entre otras, que tiene su base en la realidad social que les rodea: a ella le deben la influencia que pueda tener su obra y en qué medida pueda formar parte de su imaginario, incluso cuando eso conlleva sacrificar su propia existencia.

Mandelstam, en definitiva, fue un poeta de la civilización y contribuyó a aquello que había sido motivo de su inspiración. Traspasó los límites lingüísticos y sociales de su tiempo para crear una voz que al igual que aquellas de las que él se nutrió, alimentaría hasta día de hoy la mente de muchos.


[1] MANDELSTAM, Osip (GARCÍA GABALDÓN, Jesús tr.). Tristia y otros poemas. Barcelona: Ediciones IGITUR, 1998.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Laia Perales Galán

Estudiante de Traducción e Interpretación y de Estudios Literarios en Barcelona. Amante de las letras rusas, el jazz y el cine.


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