28/03/2024 MÉXICO

Irán contra Arabia Saudí. ¿Qué hay detrás del conflicto?
El Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, junto al Ministro de Exteriores saudí, Adel al-Jubeir, anunciado una tregua de cinco días en la guerra de Yemen [Foto: US Department of State vía WikimediaCommons].

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La ejecución del líder chií al-Nimr por parte de Arabia Saudí y el ataque a la embajada del país en Irán han provocado un ambiente bélico entre ambos estados. Sin embargo este es solo un capítulo más de una guerra por el poder hegemónico regional. Un conflicto que lleva años librándose en el plano político, religioso, económico y geoestratégico.

Cualquiera podría pensar, con la simple lectura de la actualidad periodística, que lo que ha motivado la ruptura de relaciones entre Arabia Saudí e Irán ha sido la ejecución de un clérigo chií en un país reinado por el extremismo suní, pero no es así. Esto no es más que un episodio concreto en una larga serie de conflictos que no representan nada más que una lucha por el poder regional. Y detrás de ésta, la lucha por la legitimidad en el seno del Islam. Todo ello sobre un terreno con las mayores reservas de petróleo mundiales.

Poder, ideología, religión y petróleo son los cuatro inestables elementos de esta ecuación.

El acto que ha detonado la crisis actual ha sido la ejecución del destacado líder chií saudí, el jeque al-Nimr, por parte Arabia Saudí –gobernada por la familia ibn Saud, que profesa una rama del Islam suní extremadamente rigurosa, la wahabí–  al ser acusado de terrorismo y subversión al haber participado en las protestas de la Primavera Árabe. Desde el anuncio de la condena, países de mayoría chií como Irán –y también algunas naciones occidentales– habían pedido la conmutación de la condena, algo a lo que las autoridades saudíes hicieron oídos sordos. Tras la ejecución, los ánimos se caldearon y las protestas a lo largo y ancho de la región se han multiplicado al mismo ritmo que las declaraciones de odio. Así, las calles de Bahréin se volvieron un avispero, mientras que en Teherán una muchedumbre enfurecida incendió la embajada de Arabia Saudí, lo que finalmente ha roto las relaciones entre ambos países.

Sin embargo, la actualidad no debe limitar la visión de conjunto, pues detrás de esta situación hay una larga historia de rivalidades y muerte que vas allá de este hecho concreto.

Pongámonos en antecedentes. Irán y Arabia Saudí son, a día de hoy, los estandartes de las dos principales ramas del Islam: la suní, mayoritaria en casi todo el mundo arabo-islámico; y la chií, profesada por alrededor del 20% de los musulmanes, mayoritariamente concentrados en Irán, Iraq, Bahréin, Siria y el Líbano. No obstante, hay varias comunidades chiíes repartidas por distintos países, como por ejemplo la propia Arabia Saudí, donde representan un 15% de la población; si bien se ven marginados de la vida política y concentrados en las provincias orientales, de cuyos recursos, por otra parte, no disponen, sino que están gestionados por las autoridades nacionales.

Pero esta marginación no es precisamente reciente, sino que data de los mismos principios del Islam. Desde entonces, la tónica general para los chiíes ha sido el sometimiento a las autoridades suníes que tradicionalmente han respondido con una feroz represión al cuestionamiento de su poder. Ejemplos de esto los encontramos, entre otros, en Iraq o Bahréin.

Mapa de distribución geográfica de la población seguidora de distintas ramas del Islam en Oriente Medio [Foto: The Gulf Blog].
Mapa de distribución geográfica de la población seguidora de distintas ramas del Islam en Oriente Medio [Foto: The Gulf Blog].



No obstante, la historia dio un giro inesperado en el año 1979, cuando en Irán se produjo un levantamiento que alzó al chiismo a religión de Estado, instaurando un sistema basado en esta rama del Islam y mostrando a todos los musulmanes que los chiíes no tenían que estar sometidos. Desde ese momento, la rivalidad por el poder regional pasó de desarrollarse en el eje laicos–religiosos a hacerlo en el eje suníes–chiíes. Una lucha en la que el petróleo era un elemento principal.

Pero volvamos al presente. El recién ejecutado jeque al-Nimr se dio a conocer durante las protestas de la primavera árabe saudí, cuyas modestas reivindicaciones, lejos de buscar el derrumbe del sistema, pretendían que éste fuera más inclusivo con minorías como la chií, a la que él representaba. Finalmente, tanto al-Nimr como otras 46 personas fueron ejecutadas. Y es que la represión de los movimientos pro Derechos Humanos por parte de las autoridades saudíes ha ido en aumento durante los últimos años hasta el punto de querer ejemplarizar con esta clase de sentencias.

Un incendio que se extiende por toda la región

A esta ruptura de relaciones se han sumado Sudán y Bahréin, en un gesto de apoyo hacia una Arabia Saudí que pugna por convertirse en indiscutible potencia regional.

Además, en el caso de Bahréin habría que decir que adolece de los mismos males que sus vecinos saudíes, una suerte de autoritarismo y conflictividad confesional que ha llevado a la dinastía suni al-Jalifa a reprimir las protestas de la comunidad chií, mayoritaria en el reino (65%), y marginada del sistema al carecer éste de representatividad alguna. De hecho, las protestas de la comunidad chií que sacudieron el Reino durante 2011 fueron ya duramente reprimidas con la ayuda de fuerzas de seguridad saudíes, que acudieron para garantizar la estabilidad de sus socios bahreiníes.  Durante las protestas, que se prolongaron a lo largo del año, se produjeron cientos de detenciones en las que no se respetaron los Derechos Humanos, llegando a alcanzarse una cifra cercana a los 50 muertos a causa de la represión.

Igualmente importante es el caso de Yemen, sumido en una guerra civil que enfrenta a la mayoría suní con una importante minoría chií, marginada de toda clase de representación política. Arabia Saudí ha apoyado al presidente suní Mansour Hadi, lo que ha derivado en sucesivos bombardeos sobre las poblaciones chiíes de la zona.


Y es aquí donde se pone de manifiesto la intencionalidad de este conflicto, pues la ruptura de relaciones responde más a la lógica regional y religiosa que a la estrictamente interna. Toda la zona está salpicada por distintas sensibilidades religiosas, con sus respectivas visiones políticas, afectividades y alianzas.

Un peligroso contexto religioso

En Iraq, más del 60% de la población es chií, así como su gobierno, y Arabia Saudí teme que la dinámica demográfica iraquí lo haga virar hacia Irán, a pesar de ser enemigos históricos. A esto habría que sumarle que la población chií iraquí vive sobre las mayores reservas petroleras de Mesopotamia.

Imagen de la Meca, lugar sagrado para los musulmanes de todo el mundo [Foto: Al Jazeera English vía WikimediaCommons].
Imagen de la Meca, lugar sagrado para los musulmanes de todo el mundo [Foto: Al Jazeera English vía WikimediaCommons].


Siria, gobernada por un régimen chií (aunque de la secta alauí), sirve de puente de comunicación con un Líbano que, al igual que sus vecinos, lucha por mantener la paz entre sus distintas comunidades, entre las que se encuentra la comunidad chií, aglutinada en mayor medida alrededor del partido-milicia Hezbollah. Del mismo modo, Siria sufre desde hace años una guerra civil que comenzó con un levantamiento popular prodemocrático contra la dictadura de al-Assad, y que fue duramente reprimido por el régimen. La oposición (en la práctica un conjunto de fuerzas muy heterogéneo) se fue radicalizando durante el conflicto, siendo los movimientos pro-occidentales paulatinamente fagocitados por un islamismo creciente, de naturaleza suní. La rápida progresión de este movimiento, sumado a su creciente provisión de armas y fondos, apuntaba al apoyo de algunas potencias vecinas, como Arabia Saudí.

Y es aquí donde la perspectiva regional se impone con más fuerza. Esto se debe a la presencia ascendiente del Estado Islámico, proto-Estado de carácter estrictamente suní, terriblemente beligerante y que asume un Islam inédito, conocido por su extremismo cuasi medieval. Este movimiento ha cambiado toda la oposición islamista en Siria.


Este nuevo actor, que ha irrumpido con inusitada fuerza des del seno de la guerra civil siria y del desgobierno iraquí, ha conquistado una enorme cantidad de terreno en muy poco tiempo, desestabilizando una región ya de por sí poco estable. Del mismo modo, el origen de sus fondos y preparación militar ha sido atribuido a potencias regionales suníes, deseosas de acabar con las aspiraciones de los chiíes de la zona. Estas potencias, a la postre, son Arabia Saudí y Qatar.

En definitiva, un conflicto aparentemente interno como fueron los choques con la comunidad chií durante la Primavera Árabe en 2011, ha acabado convirtiéndose en un encontronazo regional de grandes proporciones. La condena a muerte de un clérigo chií ha sido el mensaje que Arabia Saudí ha enviado a sus adversarios de dentro y fuera de sus fronteras.

Y es que la naturaleza geopolítica de este conflicto se expone de manera constante. Tanto Irán como Arabia Saudí tratan de imponerse como potencias regionales y para ello usan los elementos que tienen a su disposición a la hora de aglutinar aliados; en este caso, la sensibilidad religiosa se convierte en determinante para ambos.

La economía también es un elemento a tener en cuenta, siendo ambas exportadoras de hidrocarburos. Y es en este contexto en el que las bajadas constantes del precio del barril de crudo nos indican que los saudíes, con una economía en buen estado de salud y un superávit acumulado, tratan de encoger los ingresos de un Irán que acaba de liberarse de las sanciones que le impedían vender su petróleo libremente. De este modo, los primeros siguen manteniendo su cuota de mercado, aunque a un coste mayor (a la vez que siguen comprando cierto nivel de paz social complementado con una represión constante); mientras los segundos pugnan por hacerse con mercados nuevos donde vender un petróleo cada día más barato y que reporta menos ingresos a las potencias productoras. Esto podría acrecentar la conflictividad social en Irán, pero su capacidad de aglutinar a la población alrededor de sus autoridades y de la idea de nación atacada ha demostrado ser más fuerte.

Y es en este punto en el que subimos un peldaño sobre el tablero global para reconocer las caras que están tras las cortinas del escenario. Cada una de las dos potencias regionales en disputa se encuentra apoyada por potencias globales, con sus propios intereses. Así, al igual que Teherán y Riad utilizan a sus aliados en la zona, ellos son manipulados por otros actores todavía mayores, con sus propios propósitos.

El presidente de Irán, Hassan Rouhani, en el encuentro con su homólogo ruso, Vladimir Putin, en una reunión de la Organización para la Cooperación de Shanghai (2013) [Foto: WikimediaCommons].
El presidente de Irán, Hassan Rouhani, en el encuentro con su homólogo ruso, Vladimir Putin, en una reunión de la Organización para la Cooperación de Shanghai (2013) [Foto: WikimediaCommons].


Así, los apoyos tradicionales de EE.UU en la zona han sido, además de Arabia Saudí, Israel y las potencias que conforman el Consejo de Cooperación del Golfo. Y gracias a esto EE.UU ha conseguido acabar con el panarabismo, garantizar la existencia segura de un Israel que ha expandido sus fronteras, y mantener el precio del petróleo de manera acorde a sus intereses globales. Mientras tanto, Rusia ha mantenido importantes lazos comerciales con Irán y Siria, que además permite el mantenimiento de la última base naval rusa en el Mediterráneo, mientras que impide el crecimiento de la influencia norteamericana en la región.

En conclusión, podemos afirmar que detrás del choque diplomático entre Irán y Arabia Saudí no encontramos sólo la ejecución del jeque al-Nimr. Tras esto encontramos los intentos de ambas naciones por convertirse en la potencia regional dominante, utilizando para ello las sensibilidades religiosas de toda la zona. También vemos cómo la economía se convierte en un ingrediente adicional, más ahora que se han levantado las sanciones a un Irán que podrá vender su petróleo sin restricciones, lo que disminuirá más su precio, sirviendo a las disposiciones de las potencias industriales occidentales. Finalmente, tropezamos con los intereses de las potencias globales, a la postre Rusia y EE.UU, con sus propias motivaciones geopolíticas.

Hacer previsiones siempre es arriesgado pero, dada la realidad que vive la región día tras día, parece que ésta va a ser la tónica habitual durante años, basada en la conflictividad religiosa y la pugna por acaparar una mayor cantidad de recursos económicos.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Alberto Sanchez

Madrid. España. Licenciado en Historia (UAM) y Máster en Mundo Árabe (UGR). Candidato a Doctorando en Relaciones Internacionales. Humanista de vocación.Trato de comprender y explicar el mundo, aunque en ocasiones resulte difícil. Creo que sólo podemos hacer un mundo mejor a través de la comprensión de éste. Así que aprendamos, construyamos, vivamos. alber.inves@gmail.com


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